Anselmo como cada mañana, tras su buena taza de café migado, revisó en su portátil el estado de sus cuentas. ¡Ostras Pedrín! masculló al ver que tenía un cargo de un seguro de su banco que no había contratado. Entonces revisó el correo para ver si tenía alguna comunicación al respecto. Efectivamente así era. Se le comunicaba la gran oferta por un seguro que no entendía muy bien de que se trataba. El escrito acababa con un sugerente: para cualquier duda le atenderemos en atención al cliente en el siguiente número. No lo dudó y se precipitó a marcar aquel número que empezaba con un 902, sin ser consciente de que el cargo de la llamada le repercutiría a él. La llamada tardó en ser cogida y una voz robótica primeramente le recordó que la llamada iba a ser grabada, para a continuación rogarle que no se retirara que en breve se le atendería. Tras una pausa de varios minutos con una música, que al ser tan reiterativa se volvía hasta molesta, empezó el calvario. La voz le invitaba a marcar el 1 si era cliente, el 2 si era cliente VIP y el 3 si sólo era interesado. Anselmo marcó el 3 ya que era lo más parecido. Entonces la odiosa voz de la grabación volvió a reiterarle preguntas que no le ayudaban a su duda: si lo que desea es información sobre nuestros productos marque el 11, si lo que desea es información sobre un producto concreto marque el 12, si desea un producto similar marque el 13, y así sucesivamente hasta el 19 en el que le proponía que lo marcase si era por otro motivo. Entonces volvió el interrogatorio: Si el titular del teléfono desde el que nos llama es de una empresa pulse el 21, si es corporativo pulse el 22, si es el de un amigo pulse el 23, si es de un familiar en primer grado pulse el 24, si es de cualquier otro familiar pulse el 25, y por fin, si es usted el titular pulse el 29.
La oreja ya le ardía a Anselmo cuando sobrepasó las centenas sin llegar a aclarar su duda y aun peor cuando de golpe la metálica voz le dijo que lo sentía mucho pero que en aquel momento no podían atenderle. Procuró contenerse y respirar profundamente, pero ni siquiera aquella técnica de relajación apaciguó su ira. Durante varios días deambulo taciturno con su pesar como si de una penitencia se tratase, ya que se negaba a volver a vivir tan desagradable experiencia. Pero para más mal de males, al pobre Anselmo le dio un fuerte dolor de pecho cuando al ver el recibo del teléfono comprobó que por culpa de aquel diabólico 902 se le había cargado justo la cantidad de su pensión.
Si la avaricia, la usura y el latrocinio son males de nuestra época que recaen sobre muchos de nuestros mayores, amables, confiados en que la bondad persiste en todas las almas y solidarios, el mayor problema es la barrera de comunicación que les han creado. A esos avaros y usureros habrá que recordarles que ellos también llegaran a la vejez, seguro de que siempre habrá una necesidad que no podrán sufragar, la comunicación con un alma noble. Lo más posible es que le atienda una centralita que le escudriñará acerca de toda su vida. Marque el 185 si prefiere el infierno de Dante o el 186 si prefiere las calderas de Pedro Botero.