En estas extrañas tardes otoñales me gusta sentarme en un banco de jardín. Desde allí, en la serenidad, observo y leo sobre un fondo azul zafiro lo que trazan una serie de nubes, de tantas formas y colores, y que bien hubiese gustado pintar a Picasso. Me cuentan que dejan caer algunas gotas de agua, pero que el calor las disipa y no alcanzan a propiciar ese aroma a tierra mojada que tanto nos agrada. Al levantarme observo una hoja caída moviéndose erguida. El espectáculo merecía la pena apreciarlo más de cerca. Bajo ella, diez veces más pequeña que su tamaño, una hormiguita se encaminaba despistada hacia ninguna parte. Al rozarse contra la base de un tronco se topó de frente contra una termita, que al acercarse la noche había decidido salir del termitero. Dónde vas loca, le recriminó a la perturbada hormiga, si los tuyos se recluyeron ya hace muchas lunas. Le llevo esta hoja, la mayor del prado, a mi reina, le alegó el ennegrecido insecto. Quiero que me permita vivir más para tener un merecido descanso después de un verano fatigoso, al tener que trabajar con demasiado calor. Cuanta envidia me das, tú tan blanca y trabajando de noche.
La termita sacudió sus antenas antes de responderle. Mira hormiguita, los humanos me han bautizado como un pseudoergado, es decir sirvo para cualquier cosa en función de las necesidades de la colonia. Valgo de soldado si hay que defender el termitero, de obrero si hay que construir o reconstruir pasadizos, incluso de reproductor si disminuye la natalidad. La verdad es que no existe tanta diferencia en la organización de tu colonia y la mía, en ambos casos nos debemos a la máxima autoridad.
Ahora le tocó a la hormiga frotar sus antenas para mandarle su mensaje a la termita cargado de tono lastimoso. Por lo que veo mientras a mi me toca ser un leal súbdito al servicio de su majestad, tú eres una ciudadana más libre, que te debes a tu colonia, a tu ciudad.
Ya la escasa luz no me permitía ver a los pequeños insectos, y tuve que abandonar tan enriquecedor diálogo, en el que se alcanzaba a diferenciar entre la dictadura del espartano hormiguero y la democracia monárquica del termitero. Caminé hacia el horizonte que marcaba el jardín contemplando la inmensidad del firmamento limpio, a la vez que pensaba en la organización social de tan pequeños congéneres.