Vivimos una realidad en la que hay poca intimidad y demasiado exhibicionismo. Todo se coloca en las redes sociales para que el mundo lo vea y opine, para que el orbe entero sea espectador de cada momento de nuestras vidas, expresen sus emociones y nos digan lo que crean conveniente.
Nos movemos en una especie de esquizofrenia entre lo que pensamos para nuestros adentros sobre cualquier cosa y lo que expresamos para fuera, entendiendo entre otras cosas el poder no solo como la toma de decisiones y hacer lo que creamos conveniente sino de interactuar con nuestros cuerpos y palabras.
Aunque muchos se nieguen a admitirlo, cualquier conocimiento no es neutral, sino que es inherente a una ideología y a un contexto, y afirmamos y reconocemos unas cosas e ignoramos e invisibilizamos otras. Demasiadas veces entre nuestro interior y nuestro exterior, parece que estamos construyendo el mundo al revés.
Para dentro podemos ser fieras y para fuera mostrarnos como refinados y románticos, y entre autenticidades e imitaciones, creatividades y estereotipos, nos movemos entre lo normal, lo cotidiano y lo rutinario y lo extraño, lo raro y lo retorcido.
Reivindicamos y me parece saludable la rebeldía frente a la sumisión, alzar nuestra voz frente a lo injusto, responder y dar la batalla a la docilidad, pero respetar las normas como garantía para todos. Dejarnos llevar siempre de los deseos que no se cumplen, de las creencias que nos provocan incredulidades, de los afectos e intuiciones que solo pretenden desquiciarnos para desanimarnos y promovernos distorsiones.
La realidad que nos rodea, nos hace muy difícil acallar nuestras emociones, ordenándolas y disciplinándonos, para buscar no solo calmarnos sino en ocasiones anestesiar y regular nuestros cuerpos y nuestras reacciones volcánicas.
Tanto hacia dentro como hacia fuera los miedos y las irritabilidades, se manifiestan desde nuestras edades más tempranas a modo de respuestas de autoprotección frente a un contexto que puede ser vivido como hostil e inseguro.
Vamos de sorpresa en sorpresa , hacia dentro y hacia fuera, tanto con caras sin rostros , como de lo que las circunstancias nos obligan hacia fuera para que posemos, aparentemos ser felices y triunfadores, y hablemos de lo exitoso, lo popular y lo bello que nos resulta todo el espectáculo que se monta para comercializar lo íntimo y lo público.
Muchas veces desde dentro no dejamos salir nuestras luces hacia fuera , y casi todo permanece en la más absoluta oscuridad, perdidos en redes, máquinas y lenguajes ininteligibles, que ni juegan , ni pintan, ni cantan , ni bailan , ni protestan.
Todas nuestras actuaciones, no se quedan hacia dentro, sino que tienen un efecto en lo social, y la comunidad les da sentido. Toman nuestras voces, si nos fijamos con atención, en nuestra actitud postural, en nuestros gestos, en nuestros rostros, en la forma en que contactamos y temblamos.
Hemos de batallar para superar nuestro doble desafío hacia dentro y hacia fuera, sin que nos provoquen problemas ni desequilibrios, ni convirtamos su expresión en un espectáculo. El peligro es que cuando nos confundimos y creemos que los únicos códigos existentes son los de dentro y no existen para nada los de fuera., o nos aislamos o nos confrontamos con los demás.