Parece que todo el tiempo estamos atentos a lo que hacemos, tenemos cuidado con lo que decimos, y procuramos ser precisos y rigurosos con todo lo que nos rodea, pero como afortunadamente no somos perfectos, caemos en algunas ligerezas y descuidos.
A lo largo del paso por esta vida, descubrimos que el mejor premio que podemos darnos es admitir nuestros errores y tener el firme propósito de corregirlos, calmarnos y no desesperarnos y ver como en el momento más inesperado surgirá la oportunidad que estábamos buscando.
Nos gusta y es comprensible, vivir a lo grande, no sufrir amenazas, encontrar respuestas a todas nuestras preguntas, resultar elegantes desde nuestra vulgaridad, recibir todo tipo de enhorabuenas y felicitaciones, no fallar en lo simple y acertar en lo complejo.
También, superando nuestras ligerezas y descuidos, nos gusta ser los primeros en todo, sentirnos en la gloria con el disfrute de las pequeñas cosas. Y ser capaces de festejar cualquier momento de nuestras vidas, disfrazar de amor cada gesto que hagamos y evitar prolongar innecesariamente sufrimientos sin sentido.
Cuando nos consideramos perfectos, no nos podemos permitir ni ligerezas ni descuidos, y nos exigimos estar siempre a la última, actuar de manera equilibrada, asegurarnos cualquier decisión, aprovechar al máximo nuestro tiempo y descubrir todo tipo de sensaciones y emociones.
Además consideramos que el resto de la humanidad estorpe e incapaz de ver lo que nosotros vemos, de lanzarnos a las más grandes aventuras y alcanzar todo tipo de metas. Nos intentamos demostrar cada día a nosotros mismos y a los demás que podemos cambiar nuestras vidas.
Son muchos los tiestos , cacharros y objetos inútiles que pretenden llenar nuestro espacio, y que nos hacen estar pendientes de cualquier ligereza o descuido, de no poder expresarnos alto y sin complejos , de entre planicies y contrastes , saber quitarnos de en medio nuestros rencores.
Desde la sencillez y la humildad, el mejor premio que podemos darnos es continuar siendo nosotros mismos, mostrarnos cariñosos y románticos, aunque en ocasiones parezcamos esquivos y distantes. Ser capaces de alejarnos del mundo, de vez en cuando, y no encerrarnos en una tarea agotadora que no nos reporta nada.
Si queremos tener la primera y la última palabra, debemos saber quedarnos en la sombra y no intervenir en el combate, y poder elegir bien entre intereses opuestos. Nuestra seguridad, nos suele otorgar confidencias y simpatías espontaneas.
No sacaremos el rendimiento previsto, con avaricia ni oportunismo, si no sabemos superar los riesgos, presumir de nada y reírnos de todo, desafiar las formas y llegar hasta el fondo, Tenemos que poner a prueba nuestra capacidad de improvisación.
Cuando tenemos el coraje de comernos la vida a mordiscos, nos cachondeamos del mundo entero, pero mirándonos al espejo, como diría Vázquez de Sola. Debemos saber decir y saber hacer, fijar nuestras prioridades para que no tengamos distracciones.
Manteniéndonos fuertes y no cayendo en el pesimismo, sabiendo ser precisos en la exposición de nuestras ideas, evitando conflictos y malentendidos. Paso a paso, sin carreras innecesarias, podemos alcanzar nuestros objetivos con firmeza y seguridad, sin que nada nos produzca vértigo ni las tonterías nos superen.