Los chicos tienen la voluntad secuestrada, que se traduce en indecisión, y el raciocinio alterado que no es sino atolondramiento. No saben lo que quieren, decimos, y es que no aciertan a dónde llevar su atención. No se debe abrir la ventana muy deprisa y es prudente reforzar su intelecto en la educación; el pensamiento queda muy somero en el plan de hoy y es un instrumento imprescindible para discernir. Si abandonamos al niño en este ambiente que constituye la realidad, quedará atrofiado para efectuar este procesamiento de datos y la maraña social lo abatirá en un rincón. Llegan los adolescentes a clase hoy con cara boba, estupefactos ante el cauce de acontecimientos, o hipertensos en una actividad sin frenos y expuestos al vuelco, no hay un término medio. Y esto camuflado a veces bajo cara de prepotencia sobre todo ante el adulto.
Se acabó la vida distendida, puesto que hay que tomar decisiones graves a demasiada velocidad. Para qué vivimos deprisa, creo que nadie lo sabe; sal a la calle y pregunta si no. Si oyéramos hoy por primera vez un telediario al uso, nos alteraríamos mucho. Ese lago rizado de calma ya se ha maleado y el chico intenta desarrollar su self en medio del granizo; no nos extrañe que tenga una conducta peculiar y a veces rechazable. Hay que educarlo cuanto antes para que sepa acomodar sus posibilidades a este desenfreno y esto requiere una escuela nueva. En primer lugar eso, que eduque, que no es sino preparar para la diversidad, y más aún, para la complejidad, que es una diversidad endemoniada. Una escuela que acoja.
Los educadores hemos quedado obsoletos. Las calles y plazas están llenas de gentes que no comprenden este desasosiego. Adónde vamos a llegar, se dicen unos a otros continuamente aumentando la tensión. Sencillamente llegamos a otro sistema social en que el tiempo es determinante y el adelantarse es riqueza y en donde manda la máquina que produce en cantidad e inunda y suplanta al hombre. Todo se ha renovado y en este mundo cambiante queremos que los jóvenes sigan igual.
Y así intentamos establecer nuestro viejo ideario en las espaldas del hijo; un ideario caduco que ya no es modelo de nada. Es como si ante nuestras narices se hubiera acelerado la centrifugadora de esta sociedad y todo estuviera en cuarentena. ¿Cómo conservar así tradiciones y costumbres? No podemos saber pero no debemos intentar nada porque peligra nuestra relación de padres. Nada es estable. ¿Cómo asentar la escuela cuya misión era conservar? Los jóvenes están inquietos oyendo a los mayores sobre esta plataforma cambiante. Se hace necesaria una buena reflexión. Y una quietud que sostenga el pensamiento. Tiramos por la calle de en medio y renunciamos a los hijos; las clases se llenan de emigrantes. Había que edificar sobre el hombre y no sobre el dinero, dicen que es la solución. ¿Pero eso es posible? La utopía disfraza el final. El hombre siempre se acopló, por eso perdura. No sabemos hasta dónde le durará la suerte.