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El último homenaje a Ramón Sampedro en As Furnas, la playa de su fatal caída

Fue el primer español en pedir la eutanasia. Él abrió un debate. Y la ley por la que batalló tardó más de dos décadas en llegar

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Homenaje a Ramón Sampedro.

Homenaje a Ramón Sampedro.

Homenaje a Ramón Sampedro.

Sobrepasado el medio año desde la entrada en vigor de la ley que garantiza ayuda médica para morir a aquellas personas con enfermedad grave e incurable que padezcan un sufrimiento constante e intolerable, los amigos de Ramón Sampedro, primer español en pedir la eutanasia, han honrado su memoria en la playa en la que sufrió el accidente que lo postró en una cama.

El modo en que su amigo Xosé Lois inició este domingo la emotiva ceremonia ya daba pistas: “Hace 24 años Ramón decidía separar su cabeza viva de su cuerpo muerto (…) Hace 23 que estamos aquí, hemos venido sistemáticamente para reivindicar un derecho que queremos que llegue a todos”.

La conclusión, despejó toda duda: “Ya no tiene sentido vernos aquí. Seguir estando presentes, sí. Vigilantes, sí. Pero no haremos de nadie ningún santo, ninguna memoria sagrada”.

Antes de ese anuncio, este hombre, amigo del tetrapléjico gallego, ejerció de conductor de todo lo que en este arenal se ha vivido en esta significativa jornada.

Música, con ‘Samba da Utopía’, de Jonathan Silva, que habla de que si el mundo se hace pesado, la poesía, utopía, sabiduría y rebeldía lo harán más llevadero; ‘A miña liberdade’, de Xosé Iglesias, con música de José Lara y Helena de Alfonso, que invita a no enarbolar la bandera de la derrota, y ‘Onde vai o mar?’ , composición de esta misma pareja, el dúo Barahúnda, por el significado que el océano tenía para el desaparecido marino.

Xosé Lois agradeció a Barahúnda las letras que “siempre se significan” y que apoyan “causas” que mejoran vidas. “Un honor. Esto va por la libertad individual y por Ramón Sampedro”, contestaron los aludidos.

El año pasado, no había norma, este sí. Y claveles rojos y blancos lanzados al agua han rescatado la memoria de personas que nunca tendrían que haber quedado en el desamparo, desde el propio Ramón Sampedro a Inmaculada Echevarría (“pido una inyección que me pare el corazón”), Carlos Santos (“prepararé el potingue, lo tomaré y me tumbaré) o Pedro Martínez (“cuando ya no puedes valerte por ti mismo no es una vida digna”).

También José Luis Sagüés (“me consumo, pero no les parece suficiente), los padres de la niña Andrea que pidieron que se les retirase la alimentación artificial y María José Carrasco, a la que ayudó a irse su esposo, Ángel Hernández.

Miguel Anxo García, presidente de la delegación gallega de Derecho a Morir Dignamente, tomó la palabra para recordar que la reunión de este 2022 es para recordar, reconocer, agradecer, celebrar y reafirmar compromisos.

Es necesario por esas personas que hicieron pública la intimidad de su sufrimiento, por imposición de creencias, valores e intereses “de otros más poderosos”, ha expuesto.

No ha olvidado a los activistas, tampoco a los médicos y enfermeros compasivos que asumieron "grandes riesgos" ante el sufrimiento inútil.

El seguimiento de aquí en adelante deberá ser preciso y riguroso, para que lo alcanzado no se convierta en un “derecho de papel”, ha arengado.

Xosé Lois ha prestado su voz a un poema del propio Sampedro, ‘Basta un instante’, que a su juicio refleja su lado más tierno y cercano, muy alejado del “modo violento” del que tuvo que echar mano para fallecer.

“Basta un instante para entender el dolor”, es una de sus enseñanzas.

Ramón Sampedro Cameán, efectivamente una cabeza viva pegada a un cuerpo muerto, en sus propias palabras, sufrió las consecuencias de una zambullida fatal en la playa de As Furnas, situada en el lugar de Xuño, del que es originario, en el ayuntamiento coruñés de Porto do Son.

Una dosis letal de cianuro y 45 minutos con sus últimos momentos fueron su adiós. “La vida es otra cosa”, “no me salen las cuentas de la felicidad”, son dos de sus reflexiones. El veneno lo ingirió el 12 de enero de 1998. El accidente lo sufrió en 1968, cuando contaba 25 años.

Él abrió un debate. Y la ley, por la que batalló, tardó más de dos décadas en llegar. 

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