No hace falta conocer la serie homónima -modelo y referente de esta película- para seguirla sin dificultad. Pero ayuda, y mucho, estar familiarizado con los numerosos, peculiares e intensamente personales dramatis personae de esta historia. Una historia debida al productor, guionista, presentador y cineasta Julian Fellowes, cosecha del 49, quien cuenta entre sus créditos la escritura de ‘Gosford Park’, de Robert Altman (2001), por la que ganó un Oscar o la de ‘The young Victoria’, (‘La reina Victoria’, 2009) de Jean-Marc Vallée, entre un inacabable currículum. Un caballero, educado en los mejores colegios, par vitalicio del Partido Conservador y miembro de la Cámara de los Lores, lo que puede dar una idea de su conocimiento del universo que describe.
El universo que describe es el de la mansión que da nombre al título y el de sus habitantes, señores-as, la familia Crawley, y servidumbre. La serie -excelente, icónica y multipremiada- cuya primera temporada, cumple ahora 9 años, tuvo seis de 2010 a 2015 y en ella se reflejaron, junto a las tramas personales de nobles y criados, acontecimientos claves del siglo pasado como el hundimiento del Titanic, la Primera Guerra Mundial, la Gripe Española y la formación del Estado Irlandés entre otros. Fuentes: Wikipedia, Fotogramas, filmaffinity, ecartelera y Fuera de Series.
La película -ambientada en 1927, dos años después de la época correspondiente a su última temporada televisiva es una producción del Reino Unido, de 122 minutos de metraje, realizada por el director y productor de teatro y televisión Michael Engler quien, a su vez, fue responsable de varios episodios de la serie; su guión se debe a su creador, el ya citado al comienzo de esta entrada, Julian Fellowes: fotografiada con el refinamiento requerido por Ben Smithard y con la vibrante banda sonora ad hoc de su compositor original John Lunn- arranca cuando se anuncia la visita del rey Jorge V y la reina Mary. Tan excepcional evento provocará un auténtico cataclismo entre todos los habitantes de la Casa, especialmente en el personal de servicio.
No estamos ante una obra maestra, pero sí ante una propuesta lujosa, distinguida, brillante, magnética, ingeniosa, divertida, muy entretenida y carismática sobre una época y unos personajes por los que tanto el realizador como el guionista transmiten una profunda admiración, un afecto casi incondicional aunque no exento de crítica y casi nunca, muy de agradecer, escorada al sentimentalismo o a la nostalgia.
Con una puesta en escena espectacular, tan ágil como intensa, en la que se da cabida a todo el elenco y a la actualización de sus circunstancias. Con el acierto de destacar a cada uno de ellos con pinceladas breves pero complejas que permiten situarles si se les conoce por primera vez y entender su evolución si se conocen sus antecedentes. Y así, y al tiempo, dar cabida a temas tales como las jerarquías no solo entre la gente de arriba, sino particularmente en la de abajo, sus rivalidades; la maternidad en solitario, la homosexualidad condenada, ciertos atisbos de autonomía en las mujeres aún dentro de los rígidos patrones patriarcales, el republicanismo… Aunque todo ello, claro, dentro de un tono más que respetable.
Un reparto de lujo en estado de gracia en el que destacar a alguien sería injusto. Pero quien esto firma sí va a hacerlo en beneficio de la eminente y grandiosa Maggie Smith.
Véanla, disfrútenla y háganlo en el Avenida, a ser posible. Tras la inminente pérdida del Alameda, el local cinéfilo por antonomasia sigue. Así se lo aseguraron ayer fuentes de todo crédito a quien esto firma. Y daba gusto ver las colas en las taquillas y en las salas. Que no decaiga, para que no perdamos un patrimonio cultural imprescindible.