Podía haber terminado donde no terminó, pero no lo hizo. Pudo no haberlo contado, pero lo contó. No era nada que no se supiera porque siempre fue del dominio público, pero no se conocían los detalles. Todos.
De hecho, los conocen los que estuvieron en la conferencia de Rafael Garófano Sánchez con el título Crónica social del cine en San Fernando que tuvo lugar en el Centro de Congresos Cortes de la Real Isla de León dentro del programa de actos organizados por la Real Academia de San Romualdo de Ciencias, Letras y Artes por el 250 anivesario del nacimiento de la Villa, del primer ayuntamiento de La Isla.
Y los van a conocer ustedes ahora, antes de que Garófano los publique, si los publica en un libro. Pero resumiendo y tomando prestado el primer verso de la canción de la Transición, Libertad sin ira, dicen que en esta ciudad hubo una guerra. De cine.
No lo contó. Lo leyó para que no se escapara nada porque es “una novela policiaca, un guión cinematográfico que todos ustedes han vivido pero que no conocen”.
Se refería Garófano a que los presentes habían vivido la competencia entre los exhibidores de La Isla, Curro, Paquiqui, Zambrano... Que si se abre un cine, que si se cierra... “pero no tenéis la cadenita que yo os voy a enseñar”.
Esa cadenita era, obviamente, el relato propio de un doctor en Historia. O sea, los hechos contrastados y puestos sobre la mesa sobre la competencia, cuáles movimientos hicieron unos y otros competidores, en qué momentos, con qué resultados.
Y esa cadenita es “importantísima aunque parezca que es un tema comercial” porque se trataba de competencia y todo el mundo sabe que quien mejor librado sale de la competencia es el eepectador en este caso, o al menos el mejor librado sin arriesgar ni una sola peseta (entonces se paga en pesetas e incluso a media peseta la entrada).
“De esta guerra de exhibidores dependió el precio de las localidades, la calidad de las salas y el nivel de las películas. Todo el cine que vimos estaba sustentado sobre una competencia tremenda, de película”, dijo Garófano.
Con la llegada del cine sonoro llegó también hacia los años 30 la necesidad de buscar locales cerrados en los que preservar el sonido de los ruidos de la calle y en San Fernando hubo varios.
Los primeros
En la plaza de toros se montó uno que tuvo diversos nombres y arrendatarios. Hubo otro en el castillo de San Romualdo y así fueron pasando los años hasta llegar al episodio que nos ocupa, ya con la mayoría de los cines en poder de la familia Ballester y el siglo recorriendo ya su segunda mitad.
A finales de la década de los 50, a los Ballester les salió un competidor, Francisco Rodríguez Aguirre, conocido como Curro, que había hecho fortuna con la exportación de gallos de pelea a América y que “tuvo el atrevimiento de meterse a exhibidor cinematográfico, desenterrando un hacha de guerra contra la familia Ballester que terminó siendo durante muchos años una suerte para los espectadores de San Fernando”.
El Cine Marqués de Varela, conocido como el “cine de Curro”, fue el primero construido expresamente como cine en San Fernando, con una superficie de más de 1.500 metros cuadrados y con una capacidad autorizada de 1.600 espectadores”.
Con anterioridad se procuraba buscar un local y adaptarlo a las exhibiciones para contener el gasto, tanto en los de verano como en los invierno.
El estreno del cine Marqués de Varela tuvo lugar el 10 de mayo de 1958 proyectándose la película
Veinte mil leguas de viaje submarino. Aún considerándose ya como el mejor cine, su escenario le permitió acoger en la Velada de aquel año las actuaciones de Manolo Caracol y Joselito. Y eso fue el broche de oro.
En el verano de 1960, Curro abrió el Cine Florida, posiblemente para abarcar otras zonas de la ciudad con un cine más pequeño y resistir la competencia de los Ballester. Estaba ubicado cerca del Cine San Carlos, propiedad de Francisco Ollero.
Los Ballester no estaban dispuestos a consentir esa expansión y ese mismo año llegaron a un acuerdo con Ollero y Ballester asumió la gestión del Cine San Carlos, “intentando por todos los medios, precios, calidad de película y guerra sucia de vecinos -decían que se proyectaban focos sobre la pantalla del contrario para dificultar la proyección- que el Cine Florida no fraguase comercialmente”.
Cuatro años más tarde, Ballester consiguió el objetivo y Curro cerró el Cine Florida en 1964, el mismo año que Ballester, ya sin competencia, cerró el Cine San Carlos.
Pero independientemente de esa derrota de Curro, el mejor cine de verano seguía siendo el Marqués de Varela “y para superar esa situación, tanto en imagen como en prestigio, la empresa Ballester comenzó la construcción, no ya del mejor cine de verano de San Fernando, sino de Andalucía y posiblemente, en su género, de España”, dijo Garófano.
Descomunal
Con la construcción del Gran Cine Madariaga “se pasó dos pueblos. Para machacar, para triunfar absolutamente, para anonadar al contrincante”.
Estaba en los terrenos de Madariaga, frente al campo de fútbol, el 15 de junio de 1961 se inauguró el Gran Cine Madariaga, con capacidad para 5.500 espectadores distribuidos en butacas, sillas y asientos de piedra artificial. Seis cuartos de aseos con agua asegurada con depósitos.
La distancia de la cabina a la pantalla era de 96 metros y la pantalla tenía 15 metros de alto por 35 de ancho, con una superficie de proyección de 15x23 metros. Se situaba en el paredón trasero de un edificio de cuatro plantas construido al efecto y el día del estreno, con la película
Sube y baja, protagonizada por Cantinflas, se llenó totalmente.
Ante este gigante, Francisco Rodríguez, Curro, desplazó la guerra hacia los cines de invierno proyectando una construcción que superara al Teatro de las Cortes y el Cine Almirante. Aunque este último ya llevaba 18 años funcionando, en 1956 había renovado su proyector y su pantalla para poder proyectar películas en cinemascope.
El Cine Alameda
Curro adquirió dos fincas en la Alameda Moreno de Guerra y construyó el Cine Alameda, con la particularidad de que podía hacer las veces de cine y de teatro.
Curro, de nuevo, contaba con el cine más moderno y mejor equipado de la ciudad hasta el punto de que contaba con aire acondicionado. Fue estrenado el 12 de octubre de 1962 con la película
Espartaco. Que a Curro le gustaba Kirk Douglas, vaya.
“A la empresa Ballester le tocaba mover ficha y lo hizo con fuerza. En 1965 realizó importantes obras de mejora en el Cine Almirante y en 1969 realizó una maniobra de cerco de la que era muy difícil que Curro saliera indemne”.
Compró -sigue diciendo Garófano- el Cine San Fernando, conocido como Cine Caballa, con una superficie de 6.250 espectadores y que era explotado por Manuel Serrano Paquiqui había construido y explotaba desde 1962.
“Como la competencia en ese momento era el Cine Alameda, que era de invierno, Ballester construyó un cine de invierno con el equipamiento técnico más moderno de la provincia, con pantalla curva y gigante y una máquina con la que proyectar películas de 70 milímetros”.
Fue inaugurado el 13 de octubre de 1969 y se llenaron las 1.800 localidades para ver la película
Las sandalias del pescador. “No crean ustedes que esto terminó. Estaban enfrentados frente a frente con las pistolas en las cartucheras, observándose meticulosamente y aquello continuaba. En beneficio de los espectadores”, decía Garófano.
Cambio de escenario
Así siguieron los dos exhibidores hasta que a mediados de los años 70, Francisco Rodríguez realizó “una acción temeraria, construir en Sánlucar, ciudadela cinematográfica de la empresa Ballester”.
Allí construyó el cine Apolo, “una operación llamada al fracaso porque la televisión ya estaba socavando el número de espectadores, lo que provocó que tres o cuatro años después, Curro claudicase entregando el cine Apolo en arriendo a Ballester”.
La competencia comercial entre los dos exhibidores “no sólo amainó, sino que Ballester empezó a ver el peligro que supondría no tener a un contrincante pequeño y a un empresario local”. Lo que se temía era que una gran empresa de ámbito nacional le boicotease la contratación de las películas.
“La relación entre los dos empresarios pasó al entendimiento, a la colaboración y a la amistad, hasta que a mediados de los años 70 la empresa Ballester terminó asumiendo la gestión de los cines de Francisco Rodríguez haciéndose con el monopolio de la exhibición cinematográfica en San Fernando”.
En aquel momento la cartelera la componían el Cine Almirante, el Teatro de las Cortes, Cine San Fernando, Cine Alameda, Cine Madariaga y Cine Carraca. “Todo en manos de Ballester, situación que facilitó la posterior reconversión de algunas salas y su cierre. Pero igual que el gran público era historia, también comenzaba a serlo la de los pequeños empresarios locales y los cines de la empresa Ballester en San Fernando”.
De la imagen al género
Ni que decir tiene que Rafael Garófano habló de más cosas en su conferencia que comenzó con el protocolo de rigor en la Academia. Diego Moreno García, historiador y técnico de Museo fue el encargado de presentar al conferenciante reconociendo que es uno de los historiadores a los que más lee.
Y Garófano habló de cómo el cine llegó a San Fernando en 1899, allá por los primeros días de abril, proyectándose películas que apenas duraban un par de minutos pero que eran capaces de conmover a toda una sociedad.
Habló de cómo al principio lo importante era el proyector, no la película, porque no existía el lenguaje cinematográfico y cómo la gente se emocionaba viendo el entierro del presidente de la República Francesa.
“Se emocionaban con el entierro del presidente de Francia o de cualquier otro porque lo importante es que estaban viendo las calles de París” con absoluto realismo.
Proyectó varias películas de pequeño metraje que ya dieron lugar a que en la conferencia comenzara a hablarse del inicio de diferentes géneros cinematográficos, como el de humor o el erótico y de qué manera se dividían los gustos en la población, en función de su los espectadores eran de la burguesía o del pueblo llano.
La burguesía consideraba buen cine el documental y calificaba de “mamarracho” el cine de ficción, cuando es precisamente el “mamarracho” el que da lugar al cine, la ficción, la cualidad de contar cualquier historia.
Y el paso de las proyecciones en las plazas a los lugares cerrados, y oscuros, dio que pensar a los guardianes de la moral porque era una obviedad que la oscuridad es pecaminosa por definición. En las salas de cine, claro.