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\"Se olvidan de maridos, de hijos, de problemas... es como una terapia\"

Pepa Peña ha vuelto a la academia tras pasar por el teatro y se marcó un reto. No se iba a limitar a impartir tres horas de baile.

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Pepa Peña. Bailaora. Maestra de baile, que es un plus añadido porque nadie olvida a sus profesores, que permanecen a lo largo de la vida de las personas. Sigan bailando o no, pero no los olvidan.

Treinta y cinco años se dicen muy pronto pero treinta y cinco años lleva funcionando la academia Marismas, en el parque de Sacramento, que montó con su hermana Carmen Peña, otra buena maestra de baile. Luego siguieron cada una por su sitio, pero haciendo lo mismo.

Y Pepa ve en la calle ese recuerdo, que es también reconocimiento, de alumnas y alumnos que han pasado por su academia cuando era pequeños, que ahora no conoce porque el paso del tiempo, desde esas edades, cambio mucho a las personas. Pero siente ese calor, esa sensación de haber dejado huella cuando le dicen “yo aprendí a bailar con usted”.


“Yo me siento muy querida por muchas personas que me recuerdan, que las he tenido de chicas y luego las he visto de más mayorcitas. Y me han parao y me han dicho que yo las enseñé a bailar. Es una satisfacción muy grande ver a tantas personas que han salido de allí y eso te enorgullece muchísimo”.

Pero Pepa no ha estado 35 años enseñando a bailar. Inquieta, buscando nuevos desafíos, se encontró de frente con otro mundo apasionante, el teatro. Y el teatro Odisea, de Manuel Foncubierta, un hombre que hace teatro sin concesiones. Allí estuvo Pepa Peña quince años, esta vez no enseñando, sino aprendiendo. Y sus rasgos raciales, su expresividad innata, sus cualidades para la interpretación, su alma de artista, hicieron el resto.

De obra en obra, de escenario en escenario, se trajo de esa época un aprendizaje que una vez de vuelta en el baile seguro que sirve para enriquecer la danza, que nadie ha salido del teatro sin bagaje que sumar a lo que haga a partir de dejarlo. El teatro marca a fuego. Como el baile. Dos fuegos. Dos marcas.

“A mí me gusta mucho bailar pero estaba cansada de hacer siempre lo mismo. Quería darle un cambio a mi vida. Foncubierta hizo un casting en la Casa de la Cultura porque necesitaba a dos bailaoras para montar la obra de Las Cortes de la Isla de León, de Manuel Pérez-Casaux y yo llevé a dos muchachas mías. Cuando me vio Manolo Foncubierta me dijo que por qué no me presentaba yo”.

Y ahí comenzó Manuel Foncubierta a forjar una actriz que consiguió varios premios de teatro como protagonista. Y a marcar una época para Pepa Peña de la que disfrutó y se siente dichosa.
Pero volviendo a los orígenes, al baile, Pepa ha visto pasar las modas en las academias, los bailes que  todo el mundo quiere bailar en determinados momentos.

Momentos para las sevillanas y todo el mundo aprendiendo sevillanas. Momentos –los de ahora- cuando todos quieren bailar por bulerías, aunque sea una patita. “Pero yo a todos les ponía la condición de que lo primero que tenían que aprender era a bailar por tanguillos que es el baile de nuestra tierra”. Era el peaje que Pepa ponía para poder entrar en su academia.

Efectos terapéuticos
Hay gente que va a aprender a bailar simplemente por hacer algo. Otra que va con  miras a sentar las bases de un futuro profesional centrado en el baile, con intenciones de vivir de él. En este caso, las academias son como las escuelas primarias o a todo lo más, la enseñanza secundaria. Se ponen las bases y el futuro artista, si reúne condiciones, tiene que ir a la universidad del baile, que es encontrar un maestro, varios maestros o maestras de los que tomará clases y asimilará sus enseñanzas para aportarlas a un nuevo estilo. Si es capaz. Si no, ha fracasado.

Pero la labor de Pepa Peña termina cuando acaba el primer ciclo. Y hay algo que contaba que llama poderosamente la atención y que está por encima del baile mismo, del papel específico de una academia de baile.

Muchas personas, mujere, van a la academia a bailar, sin pretensiones, pero terminan entrando en una terapia que cura muchos de los males que transmite esta sociedad. Una terapia contra la soledad, contra la rutina, que rompe moldes y abre nuevos horizontes. Siempre sin pretensiones.
Pepa lo cuenta, cómo cambian esas personas. Cómo han cambiado y cuánto bien le han hecho esas clases que comenzaron para aprender una patita por bulerías y han terminado en varios grupos que actúan en diferentes acontecimientos.

“Yo el flamenco lo tengo para aprender flamenco, por supuesto, pero también es una terapia muy buena. Ellas salen de su monotonía de todos los días. Están tres horas seguidas en la academia bailando y se olvidan de todo. Eso es como un templo. Se cierran las puertas y te olvidas de todo, la mente se despeja. Ya sólo hay flamenco. Se olvidan del marido, de los hijos, de los problemas propios y ajenos. Porque cada persona necesita un tiempo para ella. Y estas señoras que son ahora los grupos Taitantos, Tirititrán, la Fragua, otro grupo que estoy empezando… Tirititrán y Taitantos están bailando ya en la calle y bailan cuatro palos en año y medio”.

Por que Pepa se propuso hacer algo más que enseñar a bailar durante tres horas a un grupo de personas. Volvió pero con una meta marcada. Hacer que esa terapia funcionara, que no sólo se quedara en la academia, que salieran a un escenario –y esa sabe quién puede subir a un escenario para hacerlo bien “porque le tengo mucho respeto a las personas y no voy a subir a alguien que no esté preparada”- y que sintieran eso que sólo se siente cuando alguien se enfrenta al público y recibe el calor del público. Esa es la curación total, el éxito de la terapia. Aunque tenga que echar horas y horas, sin cobrar, simplemente porque hay un desafío que ganar.

-¿Cómo salen, Pepa, después de haber subido por primera vez?
-Atacaítas de los nervios. Y yo lo comprendo. Pero cuando terminaron estaban como niñas en los camerinos, saltando, abrazándose, gritando qué bien ha salido…

Y confiesa Pepa que ya tenía seguridad en que el grupo lo iba a hacer bien y que a quien más miraba cuando el grupo estaba en el escenario era a sus maridos “porque se pueden cortar, pensar mira lo que está haciendo mi mujer… Pero cuando veía a los maridos “con la baba caía”, decía, “Pepa, adelante que esto va funcionando. Veía las caras de satisfacción de los maridos viendo a sus señoras bailar”.

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