Más que fórmula es una filosofía: lo que funciona bien, no lo cambies y si puedes, mejóralo. Eso es lo que hacen Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina con Dos pájaros contraatacan, mantener la fórmula de Dos pájaros de un tiro añadiéndole parte del último trabajo que es como mejoran el contenido, tanto musical como ‘teatralmente’.
Porque los conciertos de Serrat y Sabina no son sólo canciones de las muchas que conforman los repertorios de los dos veteranos artistas, sin lugar a dudas entre los mejores cantautores españoles de todos los tiempos –entre los dos suman años para casi todos los tiempos-, sino una puesta en escena en la que esa veteranía se desboca, tanto para demostrar que la calidad está por encima de las cualidades que quedan a esos años, como por la picardía de hacer funcionar los mil y un trucos aprendidos para no morir en el intento.
Y es que no hay que engañarse. Ninguno de los dos, ni siquiera los dos juntos, aguantarían un concierto a bocajarro de una hora y media de duración (tres horas entre los dos) sin entremezclar parodias, chistes, bromas, los famosos proverbios del catalán y de camino, cambio de vestuario, que también ayuda. En este caso para aparecer como los músicos de
La Orquesta del Titanic y el pirata Sabina.
Pero dejando a un lado esas minucias, escuchar en directo a estos dos grandes músicos es una gozada y la compenetración entre ambos es tal que las canciones de uno suenan igual de bien en la voz del otro, y mucho más cuando son los dos los que abordan temas que forman parte de la historia de la música española y mundial. Al menos en español.
La gira del año pasado sirvió para que esa compenetración se haya convertido en una extremada complicidad sobre el escenario y la gente lo agradece durante las casi tres horas de concierto. Eso es lo que ocurrió en Bahía Sur este jueves de noche y madrugada donde les dieron las diez y las once, las doce… y hasta ahí, con un público de todas las edades razonablemente alineadas con ese tipo de canción que asistió a un espectáculo único que va a ser sin lugar a dudas el concierto del verano. Como concierto en sí, que no es desmejorar a otros solistas que han pasado y que van a pasar por la provincia este verano.
El pero no estuvo en la música ni en los músicos, sino en la organización del evento a la que le llovieron las reclamaciones al principio y al final del concierto. Las entradas
golden, las más caras que pertenecen a la zona VIP, eran al final para acceder a un foso similar al que se deja a los fotógrafos para captar las instantáneas de las dos primeras canciones, pero en el que no había sillas colocadas.
Toda vez que la mayor parte de la gente que compraron esas entradas tan caras eran mayores y esperaban disfrutar cómodamente sentadas la actuación de los dos artistas, la decepción se convirtió en protesta formal. Máxime cuando al estar situado el escenario frente a una de las gradas del estadio, muchos de los que habían pagado menos pudieron estar sentados las tres horas de concierto. Más lejos, pero sentados.