E l pasado 22 de enero, el pasillo de acceso de la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del
Hospital Universitario Virgen Macarena de Sevilla estrenó un
collage en el que siete reconocidos artistas plasmaron su visión de la Virgen de la Esperanza, con el objetivo de dar consuelo y trasladar esperanza a quienes sufrían por el Covid.
Diez meses después,
ahí continúan las obras, “pese a tratarse de una institución pública”, subraya Rocío de Diego, doctora en Sociología por la Universidad de Sevilla y Especialista en Enfermería del Trabajo, porque “la
espiritualidad ha sido una de las estrategias más habituales de los profesionales de la salud” para el
afrontamiento del estrés generado por la pandemia.
De Diego, que participó recientemente en una jornada sobre dolor crónico post Covid, organizadas por la
Escuela Andaluza de Salud Pública, lo ha constatado por medio de un
estudio mediante el uso de las fotografías de los sanitarios en el que han participado igualmente los investigadores Bárbara Badanta, Rosa Acevedo-Aguilera y Giancarlo Lucchetti.
Los entrevistados en el trabajo indican que utilizaron el
buen humor y el ocio para superar los desafíos que diariamente les ponía enfrente el coronavirus. Si bien, algunos de los encuestados pudieron hacer frente a la situación a través de la espiritualidad.
Uno de los testimonios dice que “cuando salgo de casa por la mañana, me doy cuenta de que
he orado mientras conducía hacia el hospital. Ha sido insconsciente -no suelo rezar todos los días-, pero esta es una situación excepcional”.
De Diego aclara que, pese al collage y esta experiencia
no se puede identificar espiritualidad exclusivamente con religiosidad. “Es normal que hubiera un repunte y que las manifestaciones en gran parte estuvieran vinculadas a las imágenes porque más del 60% de la población española se considera católica según el CIS”, explica. De hecho, “personal no sanitario en hospitales y centros de salud, como las limpiadoras, llevaban
estampitas de santos en los carritos”.
Otros de los entrevistados para la investigación relataban que “se despejaron de los problemas derivados de sus rutinas con la
lectura de revistas o libros, con unos momentos de
reflexión, con la
pintura y la escritura, practicando la meditación o el silencio”.
En muchos de los casos, advierte De Diego, pese a que este tipo de prácticas sirven para el autocuidado espiritual,
lo ignoraban. “La salud espiritual no forma parte de los planes de estudio de los profesionales sanitarios”, pese a la importancia de promocionarla.
“Si entre tus valores espirituales se encuentra la
compasión, actuarás de esa manera con el paciente y darás
más calidad a la atención”, pone de ejemplo. Pero también es importante alimentar la espiritualidad entre los usuarios.
“He podido comprobar por medio de la investigación de que personas enfermas que son más espirituales
resultan más resilientes, son más adherentes a los tratamientos y ofrecen hábitos tóxicos menos arraigados”, agrega.
Reducido el miedo a contagiarse o a contagiar a la familia una vez terminada la jornada laboral, seguros con material de protección individual, no disponible en los peores momentos de la pandemia, y con la inmunización colectiva en un porcentaje muy elevado,
la espiritualidad se ha atenuado entre los profesionales,
pero no han desaparecida las prácticas de cuidado. “Es preciso la formación”, añade, y darle la importancia adecuada para que no abracemos la espiritualidad exclusivamente en tiempos de tribulaciones.