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Violencia contra machismo

Lo fácil, hoy, es escribir sobre esto, tan reciente. Otra cosa será empezar a poner medios para combatirlo. Ya poca gente llama “machorra” a una niña por jugar

Publicado: 16/06/2021 ·
10:27
· Actualizado: 16/06/2021 · 10:27
  • Contra la violencia machista. -
Autor

Rafael Sanmartín

Rafael Sanmartín es periodista y escritor. Estudios de periodismo, filosofía, historia y márketing. Trabajos en prensa, radio y TV

Patio de monipodio

Con su amplia experiencia como periodista, escritor y conferenciante, el autor expone sus puntos de vista de la actualidad

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Lo fácil, hoy, es escribir sobre esto, tan reciente. Otra cosa será empezar a poner medios para combatirlo. Ya poca gente llama “machorra” a una niña por jugar con niños, ni afeminado a un niño por ser elegante ó tener voz atiplada. Pero se sigue rindiendo homenaje a la fuerza. ¿Qué tipo de formación habrá recibido la mala bestia que, enfrentado a mujer, niño o anciano, es incapaz de articular más que exabruptos y amenazas violentas, sin el menor atisbo de razonamiento? ¿Qué mensaje reciben los niños acosadores cuando se ven defendidos por el cobarde “son cosas de niños”? ¿Y cuando la víctima acosada se suicida, porque ya no puede más, y hasta la psicóloga del centro, previamente avisada por los padres, insiste en “no he notado nada”? ¿Porque sigue pensando que son “cosas de niños”? ¿De qué le ha servido la carrera? ¿Se forma así una sociedad para la convivencia? ¿En manos de qué seres está el futuro?


La violencia no es propia del hombre. Es sintomática del “macho”, brutal y primitivo, contra quien se vuelve en su incultura, aunque haya conocido escuela cara y titulación superior. Cuando falta capacidad. las manos se vuelven rápidas y la violencia suple a la razón. Los asesinatos de mujeres no son obra de hombres. Son resultado de la incapacidad para dominar persuasión, discusión civilizada, raciocinio. Son obra de desgraciados acomplejados auto-elevados a la cúspide de la acomplejada “superioridad” masculina, torpe disfraz de la inferioridad más lamentable. El golpe como sustituto del diálogo, o de la capacidad de mantener unos principios, prueba la existencia de un grave complejo de inferioridad y la plena ausencia de principios. La falta de solidez educativa, de formación humana, de recursos dialécticos, dan vida al monstruo. Quien usa las manos, con o sin instrumento contundente, antes que la voz, sufre una grave enfermedad. O dos. Enfermedades para las que, posiblemente por desgracia, no haya más medicina que la propia usada por la persona violenta. Se trata del muy pronunciado complejo de inferioridad, enriquecido con la cobardía de cebarse en personas de mayor debilidad física. Y el “machismo”, creencia en su superioridad física, complemento indispensable.


Peor aún es el superlativo. ¿Quién puede matar a un niño? Estos monstruos, ciegos, añaden otra enfermedad a su lista, tan corta como su inteligencia: la maldad. ¿Cómo pueden culpar a niños de que su pareja no le permita verlos, si fuera esa la razón? Por ejemplo. ¿De dónde pueden sacar la sinrazón de “si no son para mi, no serán para ella”?, macabra variante del “los mato porque son míos” (mías, en el caso de Canarias)? Sobrecoge doblemente cuando el estudio psicológico descubre que estos monstruos sólo son monstruos, en ningún caso enfermos, pues su única característica, no enfermedad y por tanto problema para los demás, es el egoísmo. La maldad. Avanzamos en tolerancia y en igualdad de sexos. Falta avanzar más; y en moral. Moral del comportamiento cívico, de la convivencia, para aislar a esos seres nefastos y disminuir su número.

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