Entre la larga lista de penalizaciones, intromisiones y frustraciones a las que tuvo que enfrentarse Luis García Berlanga, como consecuencia de la injerencia de la censura franquista en cada uno de sus guiones, hay algunas que, con la distancia del tiempo transcurrido, arrancan una inevitable sonrisa, convertida en la burla definitiva a aquel departamento tenebroso en defensa de los valores tradicionales y del régimen que los sustentaba como forma de control. En su caso, la censura llegó al extremo de tacharle la página de un guión en la que solo se leía: “Exterior día. Al amanecer. Plano general de la Gran Vía”. Cuando el director valenciano quiso saber por qué se le impedía rodar ese plano lo que recibió fue un pellizco en el cachete: “Luis, conociéndote, seguro que en el plano cuelas a tres obispos saliendo a las ocho de la mañana de Pasapoga”.
Berlanga ya se las había visto con el padre Garau, en su calidad de censor, a la hora de obtener el aprobado para el guion de
Los jueves, milagro, y solo le faltó incluir su nombre en los títulos de crédito -algo que llegó a proponer- por sus modificaciones y aportaciones sobre el texto original, aunque nunca cejó en su empeño de sortear y vencer a una censura tan soberbia como pánfila en ocasiones, las menos, pero suficientes para permitir títulos como
Plácido y
El verdugo. En la exposición que se le ha dedicado en Madrid al realizador se zanja la cuestión con una frase impresa en una de las paredes y atribuida al propio Franco: “Yo sé que Berlanga no es comunista; es algo peor, es un mal español” -tras
El verdugo (1963) tardaría siete años en volver a rodar en nuestro país-.
La tradición de repartir carnés de mejores o peores españoles no sé si data de Franco, pero sigue vigente en nuestros días, sin importar el bando o las ideologías, ni siquiera las autonomías, ¿o no es el Govern el que distingue entre buenos y malos catalanes en función de quien apoya o no la causa independentista? Lo que sorprende, a falta de mejores réplicas, es que esta actitud tan infantil como caciquil -¿tan franquista?- siga presente como alternativa en el manual político de las ofensas recurrentes y sin importar de donde provenga, aunque a veces se disfrace lo de ser mejor o peor español con lo de tener “sentido de Estado”.
Esa actitud y predisposición, como digo, ha prevalecido en el tiempo, heredada o impresa en el ADN de los que se acercan o viven próximos al poder, pero hay otros aspectos vinculados a ese pasado franquista y censor que han vuelto a hacerse presentes en nuestra vida diaria y que atentan contra la propia libertad conquistada hace más de 40 años, ya sea a través de la autocensura -obligada por lo políticamente correcto- o de la censura misma impuesta bajo criterios mojigatos, retrógrados y contraproducentes -como escribía Javier Cercas en El país semanal, “una buena causa mal defendida puede convertirse en una mala causa”-.
Hace unos días, Facebook decidió cerrar el perfil del Centro Niemeyer de Avilés por publicar la foto del cartel de una exposición del artista cántabro Ciuco Rodríguez en la que aparece el trasero de una mujer por cuyo surco navega un barco de papel. La imagen le pareció obscena. Una semana atrás, la concejala de Feminismos de Navarcles (Barcelona), Ylènia Morros (CUP), interrumpió el monólogo de Albert Boira -le quitó el micro- durante las fiestas del municipio al considerar que sus comentarios y bromas sobre la diversidad sexual eran machistas y “no adecuadas”. En Toledo, Vox ha conseguido que se retiren los carteles del concierto de Zahara por considerarlo una “ofensa extrema” a la Virgen.
Recuerdo que, a finales de los 80, cuando se generó una enorme polémica contra TVE por la emisión de
La última tentación de Cristo, un sacerdote amigo aprovechó la situación para pronunciarse durante la homilía dominical y concluir que lo peor de la película es que era “un aburrimiento”. Hoy en día hay quien se ha acostumbrado a combatir lo que entiende por ofensa directamente con la censura, sin más crítica o evaluación, y eso, en el fondo, es como decir que “con Franco se vivía mejor”, aunque haya a quien no le incomode la opción.