El diario El País dedicaba esta semana un editorial demoledor a Ciudadanos -con sabor a epitafio- y, de paso, a su actual presidenta, Inés Arrimadas, a la que regañaba por los errores acumulados y por su connivencia con los discursos de PP y Vox, como si los males de España se debieran exclusivamente a ambas circunstancias, o suya fuera la responsabilidad directa de la existencia de un gobierno frankenstein -esto último, en realidad, es una interpretación libre a partir de la referencia al derrumbe electoral sufrido en noviembre de 2019-.
Tras las crisis de gobierno atravesadas en Murcia, Madrid y, más recientemente, en Castilla y León, el artículo afea a la líder de la formación naranja que no le haya faltado tiempo para romper con Juanma Moreno en Andalucía, convencidos de que Pablo Casado se la volverá a jugar a traición con otro interesado adelanto electoral, por muy buena gente y muy leal que sea el presidente andaluz.
“Arrimadas -subraya el citado editorial- ha sido hasta hoy una presidenta desdibujada en su perfil de centro liberal, emparedada entre el acoso al Gobierno y el seguidismo de la estrategia contratodista de las dos derechas más fuertes, PP y Vox”, e incluso le censura que haya “abandonado el espacio del centro político con ataques sobreexcitados contra Sánchez, y los socios del Ejecutivo de Sánchez” (!). Al parecer, la “bella Inés” -como la llamaba Carlos Herrera en los momentos de euforia y mejor predicamento contra el independentismo catalán-, debió obviar semejante empeño en el ejercicio de su labor fiscalizadora, ya que, a cambio, “da la impresión” de haberse convertido en “una liebre a la espera del disparo que termine con ella”, ya sea en las elecciones de Castilla y León, en las andaluzas, o, “apurando”, en las próximas generales.
Aún hay tiempo para la recuperación, concluye con cierto tono paternalista el análisis: “Ciudadanos tiene espacio social y político para la supervivencia”, y le reclama mayor “convicción para reconquistarlo”, ya sea aliviando las críticas a Sánchez, rompiendo la coalición en Andalucía y acrecentando el desprecio hacia Vox, que es algo que agradecería el PSOE y que terminaría por hundir las aspiraciones electorales del partido, que también parece lo más probable, aunque sin tener por qué renunciar a la dignidad. Puestos así, a Arrimadas lo único que le ha faltado es mandarles una nota de felicitación navideña con un escueto mensaje: “En mi hambre mando yo”.
Ciudadanos ya hace tiempo que vive bajo el estigma del hundimiento de UPyD, salvo que no se ha visto superado por el auge de una nueva realidad política o la aparición de partidos alternativos, sino por el fortalecimiento del bipartidismo, el discurso rancio, pero arrogante y sin complejos de Vox, y la falta de conexión con ese votante “liberal” al que apela constantemente pero al que sigue sin poner nombres y apellidos, o como si lo de “liberal” en nuestro país solo formase parte de una entelequia: todo el mundo sabe lo que es ser de derechas o de izquierdas, pero no tanto lo que significa ser liberal, si acaso de forma difusa.
Además, y por estos mismos motivos, Andalucía hace tiempo que empezó a diluirse como el refugio desde el que iniciar la reconquista. La perfecta sintonía de gobierno entre los representantes de PP y Cs ha hecho imperceptible la línea divisoria entre ambas formaciones y encumbrado las siglas de quien preside la Junta, pese al éxito compartido de una gestión que las encuestas solo ensalzan en favor de los populares.
Arrimadas manda en su hambre por mucho que le exijan desde un editorial, pero va a ser mucho más que un reto gestionar los restos de una herencia consumida de forma tan voraz como veloz, a la espera de poder salvar la continuidad de la coalición en el ejecutivo andaluz y comprobar si queda músculo en el municipalismo como penúltimo resquicio antes de las generales, y antes de que terminen de darte por muerto, que es el principal escollo al que se enfrenta ahora mismo, por encima del PP, de Vox o de poder demostrar todo lo liberal que eres.