El pasado domingo la bandera blanca y verde, la que volvió tras siglos de guerra, se adueñó de todos los mensajes de móviles en los pueblos de Andalucía. Igualmente salieron a relucir el orgullo de haber nacido en ella -yo no lo elegí sino que tuve esa suerte- y las maravillas culturales de esta bendita comunidad e incluso afloró la defensa del acento andaluz, ese que algunos se empeñan en denostar fuera y hasta dentro de nuestra comunidad, porque algunos imbéciles se toman a mal o a choteo un ceceo natural en nuestra ciudad jerezana. Y es que de todo hay en la llamada viña del Señor, esa que en la mítica fecha del 28 de febrero de 1980 hizo que se votase, con suspense y con artilugios post electorales que ahora serían un auténtico escándalo, la entrada al Gobierno autonómico por la misma vía que las llamadas históricas como Cataluña, el País Vasco o Galicia. Falló Almería y también Jaén pero en aquellos años las cosas se podían reconducir y afortunadamente se recondujeron y el himno que escribiese Blas Infante con letra de José del Castillo Díaz atronó con fuerza en todos los rincones de las ocho provincias donde se pedía tierra, léase trabajo, que sigue faltando y se continúa pidiendo, y libertad para una Andalucía libre, por España, que nunca hubo movimientos independentistas, y la Humanidad. Los andaluces en aquellos años 80 querian volver a lo que siempre fueron, hombres de luz, artistas de la vida, que a los hombres alma de hombres les querían dar. Alma de un pueblo tolerante, como herencia de aquellas tres culturas o religiones -cristianos, musulmanes y judíos- que durante tantos siglos convivieron, con paz y esperanza, bajo el sol de nuestra tierra.
Pasó el 28 de febrero y en los balcones desde el Cabo de Gata a Ayamonte no aparecerán las banderas blancas y verdes, en los colegios no se recordará la historia de Andalucía, las colas ante el Servicio Andaluza de Empleo seguirán existiendo, la sangría de pérdidas de puestos de trabajo continuará produciéndose, nuestro acento volverá a ser maltratado fuera de nuestras fronteras, hasta tal punto que un canario puede tener su forma de hablar en una televisión nacional pero un andaluz no, el flamenco proseguirá sin encontrar eso eco de cultura única en el resto de España y hasta algunos, sin que nos revelemos, pensarán que Andalucía es sol, playa, cofradías y juergas. Por eso el 28 F debe ser todos los días del año, sintiéndonos orgullosos de ser andaluz y reivindicando trabajo y libertad para los hombres y mujeres que hemos tenido la fortuna de ser andaluces, algo que no todos pueden decir.