Las ordenanzas municipales prohíben tirar la basura antes de las ocho de la tarde. Como siempre, hay quien encuentra que esto es una mera sugerencia. Y eso a pesar de que han determinado hacer rondas y multar a los que pillen dejando sus restos a deshora. La primera vez que he visto a los encargados de hacer cumplir estas normas, había varias personas encaminadas hacia el contenedor con sus bolsas. Con unas advertencias en susurros y unas oportunas vueltas atrás, evitaron la gravosa coerción. De lo que no me libré fue del desahogo de turno: “a los que tienen que multar es a los que rebuscan en la basura que lo dejan todo perdido”.
He visto sacar muebles a las doce de la mañana, neveras a las dos de la tarde. Colchones a las nueve por si a alguien le veníaoportuno usarlos dada la nocturnidad. He visto como cuelgan las bolsas en los extremos del contenedor, también como las dejan en el suelo, justo cuando pasean los perros y se acercan a abrirlas atraídos por el olor. También, el goteo inmundo de la bolsa durante cincuenta metros hasta el contenedor. ¿Qué les voy a contar que ustedes no sepan? Pero nada de esto parece molestar tanto como las personas que hurgan en la basura.
Esa escena dantesca, del palo encajonado para sujetar la tapa y asomarse al profundo contenedor nos la regaló la crisis y sé que seguimos en ella porque seguimos siendo testigos diarios de este drama. Pero la crisis ha destapado también otros profundos y apestosos agujeros, como la falta de independencia judicial. La política anda con su palo abriendo y hurgando en todos los casos, sin ir más lejos en Andalucía es escandaloso lo que está sucediendo con los ERES, y si nos asomamos al Supremo, lleno de jueces afines, vemos como los políticos se van de rositas gracias a los aforamientos.
Pero nos molesta hasta el chatarrero que se sube a la acera con su motocarro para rebuscar su producto, para lo que ha tenido que sacar una licencia. ¿Qué narices tenemos que no olemos lo podrido cuando va envuelto en colonia? En el siglo XVIII no se lavaba nadie, pero los ricos añadían a su suciedad unas gotas de perfume. ¡Que no nos engañen los trajes! Los que van dentro tienen mucho que lavar, arruguemos la nariz ante ellos. Diablo mundo, cierro con las palabras de mi hija ante las quejas: “mamá qué fuerte, ojalá ellos nunca tengan que hurgar en la basura”.