Querida amiga, querida Toya, no hubiera querido nunca tener que escribir esto, pero con tu marcha has dejado conmocionados a tus familiares, amigos. ¿Qué se puede hacer por un amigo cuando ya no se puede hacer nada? contarles a los demás lo buena amiga y persona que fuiste. Nuestra amistad fue corta en el tiempo pero para mí muy profunda, te sentía muy cerca.
Todavía no he escrito cinco líneas y casi no veo pues los ojos se me nublan con las lágrimas. No podremos olvidar tu presencia en nuestras vidas y tendremos que seguir viviendo, el tiempo que nos quede, recordando tu figura y la huella que has dejado en nosotros. Naciste para ser libre y fuerte y la vida te dio palos sin medida, desde joven hasta la edad madura, para hacerte más fuerte todavía.
Estudiaste lo que quisiste, te licenciaste en Medicina y Cirugía en la Facultad de la Universidad Autónoma de Madrid, una Facultad que empezaba y que exigía más que otras. Bien lo sé, pues fuiste compañera de mi marido. No fuiste “doctora” como todos los licenciados en medicina a quienes llamamos “doctor”, lo fuiste por tus propios méritos defendiendo el doctorado sobre un médico español que vivió a caballo entre los siglos XVII y XVIII “Martín Martínez. Un intento de sistematización de la medicina europea en España”. Uno de los médicos más eminentes, doctor por Alcalá de Henares y que destacó en muchas disciplinas y sobre todo en Anatomía. Anatomía, la que tú debías dominar para sanar el cuerpo de los dolientes. ¡Y que para ti no ha servido!
Tu vida como cirujana comenzó en Madrid, en La Paz, en dónde fuiste Jefa Clínica y un día tonto, sin conocer Estepona, pasaste unos días aquí y te enamoraste de su clima, dejando toda tu vida atrás y aquí tomaste casa. Encontraste trabajo, no era para menos, y me viene a la memoria que cuando quedábamos para comer algún día festivo, primero te pasabas por Hospiten para ver a tus enfermos, aunque no estuvieras de guardia. Conociste nuevas gentes, hiciste nuevos amigos e, incluso, te casaste.
Tanto te gustaba cortar y coser que lo mismo arreglabas una apendicitis que te hacías un vestido o un cuadro de punto de cruz. Lectora infatigable, algunos de tus libros disfruté porque me los prestabas.
Paseante de tu perro Hugo. Me acuerdo cuando me contabas que siendo pequeñito cayó al agua del Puerto y unos pescadores te lo sacaron con la sacadera. El perro pequeño creció mucho y tú presumías de sus músculos diciendo que eran por los paseos que tú le dabas; se puede decir que le trataste como a un hijo.
Escuchabas a los amigos. Mucha gente te contaba sus problemas y, a veces, lo pesados que nos poníamos. Te aliabas a causas nobles, a defender las causas justas. No decías “bastantes problemas tengo yo…” como decimos muchos, eras solidaria Recuerdo también que me decías siempre “estoy de acuerdo”, “cuenta conmigo”.
Y, ¡cómo te gustaba conocer nuevos restaurantes o repetir algunos! Y las tertulias después de comer con los chupitos, menos mal que algunos goces tuviste. ¿Te acuerdas de aquel restaurante que queríamos ir y siempre lo posponía? ¡Qué pena ya no podremos ir! Perderte ha sido muy doloroso, sobre todo al ver claramente ahora que sabías que estabas enferma y para que no sufriéramos a todos nos lo ocultaste, a la familia y a los amigos. Menos mal que los últimos días estuviste con tu familia.
Si existe un Cielo que yo desde aquí no entiendo y no comprendo, estarás allí, y espero que goces de paz y bienestar y que de alguna forma veas a tus familiares que desde tan jóvenes te precedieron.