Si cuando empiezas a gatear lo haces hacia atrás y cuando llega la fecha de la Primera Comunión, ya andas en silla de ruedas, no es la felicidad lo que te espera. O, al menos, eso es lo que pensaríamos cualquiera de los más afortunados por la vida, aquellos que tenemos la desfachatez de considerarnos libres e independientes para hacer lo que queramos, que no es otra cosa que correr a ritmo del viento de Levante, sorteando coches y autobuses, sin casco, ni carné, sobre una moto que nos conduce a la ruina, o al deposito de cadáveres.
Virginia Felipe fue página de periódico, en su día, porque se atrevió a echarle un pulso a la vida y ganarlo, esta manchega de apenas treinta kilos y 1.40 de estatura, pequeña y frágil princesa de su propio cuento de hadas, que ha querido renovar votos de esperanza y ahora espera otro milagro en su infantil vientre, llamado Gregorio David
A Virginia la genética recesiva de sus padres le regaló con AME tipo II, una enfermedad cruel y degenerativa que te postra, lastra en tu infancia y juventud, y te lleva de la mano, hasta la muerte
Pero la chica no se amilana, porque nació sin miedo y con vocación de amar y cuando le dijeron que no podría siquiera tener una vida normal y, además, desde los diez años ya campaba por todas partes con su silla de ruedas, no hizo más que oídos sordos a la realidad y la evidencia, creando una espacio útil y afectivo en torno suyo, rodeada de una gran familia, de buenos y entrañables amigos y amores que culminaron cuando conoció a su pareja, Hilario.
Como buena princesa de cuento de hadas, en sus relaciones de pareja, nunca había pasado de los besos, cómo podía ser de otra forma para alguien a quien habían asegurado los médicos, que jamás podría hacer el amor, como cualquier otro ser humano. Pero si no se había frustrado por no poder hacer la misma vida de los demás , sino a base de batalla tras batalla, retando a los que no creían en sus posibilidades y dando muestras de poder, yendo a colegios no adaptados, sirviéndose de hermanas y amigas para escalar barreras, saliendo con sus amigos, e incluso pasando noches fuera de su hogar –un gran logro si pensamos que deben cambiarla de posición al menos tres veces durante la noche y que es una persona que no puede agarrar ni un vaso de cristal con sus manos, por falta de fuerza– no iba a ser menos con el mejor de los amores. Hilario le enseñó el significado de la palabra amor, engendrando juntos a una hermosa niña, Sofía, que se convirtió en poco menos que un milagro de la ciencia, al ser concebida naturalmente y dada a la luz de la vida por una mujer enferma de Ame tipo II.
Los médicos se echaron las manos a la cabeza cuando supieron de su embarazo, le propusieron abortar, porque dijeron que no llegaría, de ninguna de las maneras, a buen puerto, que deberían practicarle una cesárea, como finalmente hicieron y que al intubarla no despertaría de la anestesia o, al ser epidural, se las verían y desearían para pincharle en una espalda que juega a la comba, con la columna vertebral.
Pero, como en los cuentos de hadas, el embarazo duró hasta los siete meses y medio, la epidural se hizo con las expertas manos de un doctor y tras hora y media de pinchazos, radiografías y estudios sesudos, Sofía nació a la vida, gracias a la entereza de una mujer que todos los días debe luchar para levantarse e ir a estudiar, que necesita una cuidadora para que le vista a su hija o a la que la vida le echó duras cartas, al hacer el reparto final.
Es Virginia, la triple uve de Virginia vence a la vida, porque espera de nuevo un bebé, porque no concibe por las estadísticas, ni el que dirán, ni por cumplir sueños de normalidad o de ser igual que todos, Virginia concibe porque ama, y ese pequeño cuerpo suyo envuelve una gran alma, de alguien que da la vida por los que la rodean, que nos impregna a todos con su empuje, su valentía y su fuerza, sin necesidad de casco, ni carné que la protejan, porque reta a la vida y le gana, con la fuerza de su corazón y el empuje de hincar uñas y apretar dientes.
anaisabelespinosa.
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