¡Por fin, por fin llamó Obama a Zapatero! Cuando salíamos de una primera pesadilla con la cesión por parte del amigo Sarkozy de una de sus sillas en la cumbre de Washington, cosa que se sabía en Moncloa desde hace tiempo pero que se hizo oficial en la cita de París, nos atenazaba una segunda pesadilla: el silencio del teléfono.
Después del apoyo incondicional, del vibrante discurso desde la presidencia mostrándose como el aliado fiel en su felicitación al nuevo inquilino de la Casa Blanca, resulta que Obama llama a todos los presidentes europeos, incluso al de Corea del Sur, y se olvida de Madrid.
Otra vez la diplomacia española de los nervios y Zapatero que vuelve de París alicaído porque todos sus colegas alardeaban de haber sido llamados por el nuevo líder. Y lo que es peor, Bush sigue hasta enero al mando y Zapatero no se atrevió a dar por hecho su viaje a la cumbre del G-20 hasta no recibir su invitación. Parecía más convencido Sarkozy, que ya había hablado dos horas con Bush, que el propio presidente español, quien, después de los desplantes recibidos, hasta no tener la invitación de la Casa Blanca prefiere callar.
Y Obama llamó casi a la medianoche del viernes. No se sabe si asistirá a la cumbre del sábado próximo en la que se pretende iniciar el debate para reformar el sistema financiero internacional. Pero, teniendo en cuenta que la resolución de la crisis por la que atraviesa Estados Unidos es su principal y prioritario objetivo, todo hace pensar que asista. Esto permitirá al nuevo presidente de EEUU conocer a los dirigentes de los países más industrializados. Y España estará en el sitio que le corresponde y en el momento en que hay que estar. Cosa por la que debemos felicitarnos.
Pero todo ello no habría sido posible sin la ayuda de Francia y en especial de Sarkozy, quien se cobrará, sin duda, el favor cuando España presida la Unión Europea. Así es la diplomacia. Todos estos avatares y, a veces situaciones ridículas, por las que se ha atravesado estas semanas son el precio que hay que pagar cuando se actúa a nivel internacional con frivolidad e infantilismo. La diplomacia es un arte tan viejo como la historia de los pueblos y donde no cabe permanecer sentado cuando desfila la bandera de un país aliado, ni hacer comentarios sobre el candidato Sarkozy o la candidata Ángela Merkel, porque luego hay que ir mendigando.