Ya sabemos que Obama ha ganado con claridad, como estaba previsto, las elecciones en los Estados Unidos. Les recomiendo encarecidamente que oigan tanto su discurso de celebración de la victoria (New York Times www.nyt.com) como el de McCain concediendo la derrota.
Creo que ganaríamos todos si nos fijamos en la forma en la que Obama ha ganado la presidencia para ver si podemos aprender algo de uso en nuestro país. Empecemos por un resumen de su carrera política.
Se presentó, y fue elegido, como senador estatal, que no nacional, en 1997, con 36 años en su Estado de IIlinois. En 2003 anunció su deseo de pujar por el puesto de uno de los dos senadores que Illinois tiene en el senado de los EEUU, consiguiéndolo en 2005. En febrero de 2007 anuncia su intención de presentarse a la carrera presidencial con el resultado que conocemos.
Comencemos a analizar su primera elección. El sistema electoral norteamericano permite que un individuo pueda aspirar al puesto de senador estatal de modo individual, sin ser elegido candidato por su partido. En algunas ocasiones, puede existir unas primarias para elegir al candidato demócrata de un distrito, pero a esas primarias se puede presentar cualquiera.
Una vez que Obama era senador estatal, tiene su propia parcela de poder personal. El escaño es suyo y lo defiende él. Se integra y coordina con el resto de parlamentarios de su partido, pero él es independiente. Puede, si le da la gana, votar lo contrario de lo que pide su partido.
Cuando llega la reelección, su partido lo apoyará si él ha apoyado a la dirección de su partido en Illinois. Pero el punto importante es que, aunque el partido no lo apoye, él puede volver a presentarse; eso sí, tendrá que enfrentarse en unas primarias al candidato oficial de su partido.
Es lo que hemos visto en las elecciones. A nadie le cabe duda de que la candidata oficial del partido demócrata en las primarias era Hillary Clinton. Pero Obama, desde su parcela de poder personal, fue capaz de montar una plataforma electoral que derrotó a la Clinton.
Es importante entender que, una vez elegido para algún cargo, el norteamericano tiene una base de poder personal que puede utilizar con independencia. No tiene por qué obedecer ciegamente a la dirección de su partido por la simple razón que, en caso contrario, no podría volver a presentarse a unas elecciones. Puede, por ejemplo, denunciar corrupciones en su partido o de cargos de su partido sin que merme, todo lo contrario, su capital político.
Es decir, la aparición de un fenómeno como Obama puede surgir en los EEUU porque su sistema electoral lo permite. No estoy diciendo que sea más democrático. Estoy afirmando una obviedad que es que una democracia se puede organizar con sistemas electorales diferentes; incluso que se puede cambiar el sistema electoral sin que sufra la democracia. Se elige un sistema electoral con unos fines y hay que cambiarlo cuando no se consiguen. Para los nostálgicos, recordemos que el sistema electoral de la II República española era muy diferente al que tenemos ahora; y nadie dirá que era más o menos democrático que lo que hoy tenemos.
El sistema electoral español, por el contrario, da todo el poder, incluyendo el del Estado, a las burocracias de los partidos. Eso debe llevar a que, en España, la corrupción tiene que ser mucho mayor que en otros países, lo que concuerda con la percepción de muchos. Nadie puede denunciar la corrupción en su partido o de sus correligionarios.
Y nunca, nunca tendremos un presidente como Obama. En España no pasaría de concejal o diputado autonómico. Si mi análisis es correcto, nuestro sistema electoral debe elegir a dirigentes cada vez más mediocres y más débiles con la corrupción. Ya me dirán ustedes si se cumple mi análisis o no.
¿Qué debemos aprender de lo de Obama? Por favor, cambiemos el sistema electoral, abramos las ventanas y que entre aire fresco, que algo huele a podrido en Dinamarca.