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España

El año morisco

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Dentro de unas horas, mañana, arranca el año en el que se cumplirán cuatrocientos de la expulsión de los moriscos españoles de su patria, y, aunque a los pocos versados en la Historia les pueda parecer absurdo, sus consecuencias gravitan todavía hoy sobre la sociedad española. Si cada paso que damos al andar nos conduce a otro, y éste es resultado del anterior por mucho que aquél pertenezca al pasado, ¿qué no ocurrirá con la andadura general, multitudinaria, incesante, de la Historia? Y con este monstruoso episodio de la expulsión de una parte sustancial de los habitantes de España por el designio de un rey, Felipe III, y de cuantos se enriquecieron arrebatándoles los bienes, las casas y las tierras que dejaban atrás, se inauguró nada menos que la aberrante práctica de echar de la patria común al otro (normalmente al que es mejor y por eso molesta), que, ejecutada por última vez por el franquismo tras su victoria militar contra los republicanos, hiede no obstante todavía, como una fruta podrida, en el fondo del talante español y de cada uno de nosotros: el otro, aquél que no nos gusta, que envidiamos, que nos supera, que no piensa como nosotros, que descree de nuestros dioses, que no respeta nuestros tabús, que se vaya, que salga de la casa familiar, que purgue errante por el mundo su insoportable diferencia, que se le eche, fuera, fuera, fuera.

Aquella suerte de genocidio (desde luego, moral, cultural, económico...) que fue la expulsión masiva de los españoles moriscos, tuvo su antecedente en la expulsión de los judíos españoles por los Reyes Católicos, y su inmediata continuación en la de los gitanos tras la Gran Redada, pero a partir de ahí nunca dejamos ya de echarnos de casa los unos a los otros, casi siempre los mismos unos a los mismos otros. Esa compulsión, más que ésta coyuntural y dineraria que nos aflige hoy, sí que es una crisis, sí que nos ha mantenido en una crisis permanente.
Feliz 2009, el año morisco, un buen año para terminar uno, o una nación, de sosegarse.

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