Estárico. La convivencia en sociedad nos lleva continuamente a librar contiendas de ideas con los que nos rodean. Comprensión, empatía, respeto, sensibilidad es una mezcla compleja de aplicar por nosotros los ciudadanos en lo extraño, lo raro, lo diferente, lo extravagante.
Nuestra mente visceral, racional enseguida nos bombardea con un ¿por qué? , necesitando una explicación; echando un ancla y levantando un muro hasta que alguna idea lógica nos surja, o el otro nos la facilite para entender lo sucedido.
Mientras tanto se ha producido un encadenamiento involuntario, que afecta a todos los protagonistas. Incluido el, para mí, principal perjudicado… aquel que “provoca” la disonancia en la mente del otro.
A pesar de alcanzar altas cotas de derechos sociales, el día a día hace que los que convivimos pensemos parecido, vistamos parecido, hablemos parecido, actuemos parecido… no es una casualidad, no es porque sea producto de la libertad o que hayamos llegado a la excelencia en esos aspectos. Es el fruto de la batalla de ideas que libramos involuntariamente.
Una guerra sin cuartel en la que se rehúye la contienda y predomina el sometimiento, asustados por el qué dirán y el rechazo que nos situaría en alguna forma de exclusión social. La ilusión de sentir que somos como somos, porque queremos ser como somos, se difumina cuando voluntariamente nos exponemos a vivenciar lo que siente un extranjero, un vagabundo, un discapacitado… personas que sin responsabilidad soportan la discriminación de aquellos que los hacen objeto de sus burlas.
Es sencillo hacerse pasar por uno de ellos vistiéndonos como ellos o actuando como ellos y preparándonos para recibir parte del rechazo social que sufren cotidianamente. La seguridad que se siente siendo parte del grupo, encadena a sus integrantes a los gustos aceptados y coarta libertades aunque estas sean de la esfera personal y no afecten a los demás integrantes.
La necesidad de sentirnos aceptados doblega la moral y la ética personal y condiciona la razón apagando la creatividad, la proactividad… reduciendo la felicidad sin que el ciudadano sea consciente de ello.
Teniéndolo todo estamos insatisfechos, no somos nosotros mismos, somos un producto socialmente aceptado que no es ni original, ni genial… somos normales.
Siempre ha habido personas extraordinarias que rompen sus ataduras y se adentran en la jungla. En el mejor de los casos los llaman locos y los acusan de provocadores aunque yo prefiero tildarlos de agitadores de consciencias.
Sin duda los últimos hombres libres que quedan en sociedades enfermas y autoantropófagas. Adalides en la renovación social, quijotes que Cervantes describió magistralmente. Martin Luther King Jr.: “Para tener enemigos no hace falta declarar una guerra, basta con decir lo que se piensa”.