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Space Force: la era de los ridículos y los delirios

‘Space force’ parte de una anécdota en torno a Trump para retratar desde una pretendida sátira, que termina diluida,la imagen de una administración en evidencia

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Rumbo a la luna, la capitana de la Space Force, Angela Ali, medita sobre la frase que pronunciará ante las cámaras tras el alunizaje, consciente de la trascendencia histórica que tendrán sus palabras: no solo se va a convertir en la primera mujer en pisar su superficie, sino en la primera mujer negra en hacerlo. Al final se decanta por “it’s good to be back in the moon”; sin embargo, cuando llega el momento decisivo, lo que le sale es “it’s good to be black in the moon”: en la Tierra acaba convertida en meme. El general al que da vida Steve Carell se apellida Naird, al que muchos se dirigen como “nerd”, que significa lerdo; y al doctor Mallory lo terminan confundiendo con “doctor malaria”. Los ridículos, de hecho, son la base de esta pretendida sátira sobre los delirios de la era Trump, para la que toma como punto de partida uno de los famosos tweets del presidente estadounidense cuando escribió que quería “boots on the moon” (tropas en la luna): se lo tomaron al pie de la letra y crearon la Space Force, a pesar de que hay quien sostuvo que en vez de “boots” lo que quiso escribir fue “boobs”, es decir, tetas.  

Sin embargo, construir una serie de ficción a partir de una anécdota tiene su complejidad, sobre todo si persiste el empeño en hacerlo desde un punto de vista cómico y crítico, y tanto Greg Daniels como Steve Carell parecen ser víctimas del desafío a medida que avanzan los episodios de esta temporada con final abierto pero discutible continuidad -por su elevadísimo coste y la tibia recepción-. Daniels y Carell, que lograron fama y prestigio gracias a su adaptación de The office, agotan la mayoría de buenos chistes y gags en los primeros episodios, como si la tormenta de ideas no les hubiera dado para más, e incluso desperdician las posibilidades de algunos personajes -en especial el de Lisa Kudrow-, pero, al menos, no renuncian a un pretendido estilo y compensan la falta de mejores carcajadas con la contribución de determinados secundarios -Ben Schwartz, el despreciable e interesado jefe de comunicación; Diana Silvers,hija de Carell y nueva promesa de Hollywood-, y, especialmente, con la de un genial y divertidísimo John Malkovich.

Puede que el resultado final diste mucho de las expectativas generadas por su episodio piloto -Trump da para mucha más sátira por mucho que el ridículo esté asegurado-, aunque el intento tampoco es despreciable.

 

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