Otra de las razones es que se ha convertido en el mejor divulgador en asuntos económicos de los tiempos modernos. Tanto en sus artículos como en sus numerosos libros –sale casi a uno por año– ha recogido la antorcha de un añorado Galbraith. Si usted no sabe economía y quiere aprender sobre los debates modernos, compre sus libros; los entenderá.
La tercera razón es que ha ganado, el año pasado, el Premio Nobel de Economía; algo que no consiguió Galbraith. Sus trabajos sobre el comercio internacional son especialmente relevantes en un entorno como el actual donde surgirán estúpidos (o pseudofascistas, si me perdonan la repetición) que defenderán el proteccionismo comercial como método de salvar trabajos para los nacionales.
La semana pasada estuvo en Madrid y escribió su columna semanal desde allí titulándola “Un continente a la deriva”. Menciona el parecido entre Florida y España que les mencioné hace poco; le faltó indicar que si en Florida ya se vende entre un 30 y un 50% más barato, en España los propietarios siguen esperando que la cosa se recupere; será que en vez de leer a Krugman leen a Zapatero. Cada uno es muy libre de leer a quien quiera; faltaría más.
Pero el núcleo de su artículo trataba de un asunto de especial significado para los españoles. Hablando de los problemas que agobian a Europa señalaba que la diferencia con la situación en los EEUU o China es el proceso de decisión; la estructura de poder.
En cualquier escuela de negocios que se precie te enseñan que no basta en una organización decidir qué estrategia se quiere seguir; es vital que la estructura de la empresa, el organigrama, sea coherente con esa estrategia. En caso contrario, la empresa puede seguir caminos completamente diferentes a los elegidos. A mí eso me lo enseñó a conciencia el profesor José Luís Lucas hace casi un cuarto de siglo.
Para Krugman, hay una enorme diferencia entre un banco central como la estadounidense Reserva Federal, bastante independiente de un único gobierno federal, y el Banco Central Europeo, donde cada país grande tiene un peso y posición diferentes. Es lo que ha provocado que la respuesta a la crisis haya sido más lenta y menos drástica.
Las recientes y no digeridas ampliaciones de la Unión Europea han dificultado más este proceso de decisión, en el peor momento de los últimos ochenta años. Una vez controlado el problema financiero, una situación como la actual exige que el gobierno actúe como “consumidor e inversor de última instancia”. La clave, lo que diferenciará el futuro de nuestros países para los próximos cincuenta años, es en qué se va a invertir la ingente cantidad de dinero que debe gastar el gobierno.
La discusión en los Estados Unidos se basa en asuntos como construir una nueva red eléctrica inteligente, gastar para construir una seguridad social universal, invertir en procesos ecológicos, etc. La discusión en Europa es más dispersa; los problemas con los trabajadores de Sarkozy son muy diferentes a los que tiene la Merkel o Brown.
¿Y si trasladamos esto a España? Parece que lo único relevante que sucede en el país son los líos del PP o la medalla de Bellas Artes de Rivera. La semana pasada un articulista del New York Times titulaba: “No es un simulacro. No es un simulacro”. Por desgracia demasiados políticos actúan como si la actual crisis, la más grave desde la de los años treinta que llevaron al poder a un Hitler y a un Stalin, fuera sólo un simulacro de crisis.
¿Y la estructura de poder en España? Para llorar. Hace poco se hizo un estudio de los cambios legislativos a realizar para aumentar la competitividad del sector servicios, el más importante de la economía. Había que cambiar unas pocas leyes, unas decenas de Reales Decretos y miles, repito miles, ordenanzas de las diferentes autonomías. Y ustedes, ¿se han confesado?