Tras dos años de silencio poético, Antonio Gamoneda, colmado ya de premios, ha vuelto a la poesía con la publicación de Extravío en la luz, un libro artístico que incluye seis poemas inéditos y veinte grabados del ilustrador y poeta Juan Carlos Mestre.
“Publicar un libro de poesía cada año era una imprudencia, aunque la verdad es que en estos dos últimos años no he podido trabajar, porque me ha faltado tranquilidad.
Eso sí, he terminado las memorias de mi infancia, las he acabado y entregado, y es posible que salgan en abril o mayo”, explica ayer a Efe Gamoneda, premio Cervantes 2006, Nacional de Poesía, y Reina Sofía de Poesía Iberoamericana.
Y es que este poeta astur-leonés en los últimos años ha recibido toda clase de premios y se le ha requerido para toda clase de actos, lo que le llevó a un período de silencio poético.
Ahora, según recuerda en el prólogo con humor y ternura Amelia Gamoneda, hija del poeta, filóloga y crítica, gracias a una afonía que en los últimos meses mantuvo al poeta en silencio “entre los tumultuosos y verbosos encuentros a los que amablemente le obligan los premios recibidos”, Gamoneda ha vuelto a encontrar su voz.
“Quizá, la experiencia real y física ha sido capaz de simbolizar una pérdida de la voz poética, y ha venido así a construirse en aviso para que el poeta colmado de premios no se confíe”, precisa Amelia Gamoneda.
El autor de Arden las pérdidas aparece en este último libro, publicado por la editorial Casariego, con la misma serenidad y hondura que posee su voz poética, para volver a reivindicar “la dignidad” de la memoria y la experiencia.
Y una vuelta a sus símbolos como las manos, la herida, la lluvia, el cuerpo, la luz; el dolor, la materia, el cuerpo, o la carnalidad de las palabras.
También aparece la voz de los que no la tuvieron en la Guerra Civil, la posguerra, los desheredados, los paisajes de León y la lluvia. El último poema: “Ha de llover”, es el único texto que se conoce, porque lo escribió el poeta para la Expo del Agua, de Zaragoza.
“Yo, en realidad, por encargo no soy capaz de escribir nada, pero este poema sí tenía que ver en función simbólica con el agua y la lluvia, pero también con los hechos sociales, con mi intimidad y con nuestra historia más reciente, aunque todo ello no se diga con claridad, porque la poesía no está para informar sino para revelar”, argumenta el autor del Libro del frío.