No quiero justificar el vil atentado terrorista del 7 de octubre de 2023 por parte de Hamás en Israel en el que fueron asesinadas 1.200 personas y se llevaron como rehenes a 251. Esos hechos, por ser gravísimos y temerarios, tenían que tener una respuesta proporcional. Sin embargo, lo que estamos observando hasta ahora es que Israel por cada asesinado o secuestrado ha matado a más de 40 personas, sin distinción de si eran terroristas, ciudadanos, niños o bebés. Las cifras: 42.000 personas, de ellos 17.000 han sido niños y bebés de apenas meses. Además de 95.000 heridos y la destrucción de numerosas ciudades. Repeler ese ataque terrorista es una acción legítima de defensa. Lo que no estoy de acuerdo es si la respuesta de Israel es legítima asesinando a tantos miles de personas, niños y bebés incluidos con bombardeos indiscriminados de barrios residenciales, escuelas, hospitales, etc., a sabiendas de que en ellos se encontraban ciudadanos civiles. Eso, en el mundo moderno, de llama genocidio.
Hay además una diferencia abismal entre los medios de defensa palestinos y el arsenal bélico del ejército israelí, armamento de alta tecnología y mortalidad, todo ello con el apoyo de EEUU que se lo suministra. No parece que la experiencia vivida por ellos en la Segunda Guerra Mundial con los nazis y sus campos de concentración y exterminio les haya servido de algo. Ellos repiten la historia, pero al revés. Además, los bombardeos constantes sobre ciudades enteras lo destruyen todo, ocasionando un ecocidio, es decir, la destrucción de los suelos con gran impacto ambiental producto del lanzamiento de más de 70.000 toneladas de bombas de todos los tamaños y mortalidad.
Es la otra cara de la guerra: agua contaminada, tierra infértil y cantidades ingentes de basura que ha provocado condiciones de vida insalubres, lo que facilita la propagación de enfermedades y supone un alarmante peligro tanto para los humanos como para el medio físico. La tierra, de la que viven miles de personas, deja de ser fértil y muere, por lo que las consecuencias en el futuro serán de incalculables consecuencias. Se esperan hambrunas terribles si no se remedia, máxime cuando se acerca el duro invierno.
La guerra ha desplazado aproximadamente al 90 por ciento de los habitantes del territorio, muchos de ellos a sórdidos campamentos de tiendas de campaña con una dependencia vital de la ayuda internacional. La destrucción de Gaza y Cisjordania está orquestada para acabar totalmente con la población civil. Por un terrorista que logran matar, fallecen cientos de civiles. Benjamín Netanyahu está llevando a cabo una guerra sin cuartel, una guerra de exterminio varias veces manifestado por el extremista presidente judío.
Según un informe de la ONU y el Banco Mundial, los daños estimados en infraestructuras ascienden de momento a 18.500 millones de dólares y afectan a edificios residenciales, comercio, industria y servicios esenciales como educación, sanidad y energía. La ciudad de Gaza ha perdido casi toda su capacidad de producción de agua, con el 88 por ciento de sus pozos y el cien por cien de sus plantas desalinizadoras dañadas o destruidas.
Quiero dejar constancia que vivir en Palestina no es un maná. Conviene conocer también la otra parte. No hay libertad de prensa y activistas políticos y abogados suelen ser detenidos arbitrariamente con cargos de difamar a las autoridades palestinas, incitar al conflicto étnico y calumniar al presidente. La tortura y los malos tratos están a la orden del día. En Gaza, las facciones armadas de Hamás suelen detener a decenas de hombres, alegando que trabajan para las fuerzas israelíes, y los ejecutan sumariamente. Las mujeres siguen sin tener los mismos derechos que los hombres en la legislación sobre el estatuto personal, que continuaba sujeta al derecho religioso. Según la Oficina Central Palestina de Estadística, el 59 por ciento de las mujeres y niñas casadas sufrían violencia a manos de su pareja. Aun así, la guerra es desigual y la destrucción de todo un pueblo recaerá en las conciencias de los israelitas, principalmente con los que no comulgan con Netanyahu. El tiempo les pasará factura.