Cuando se han dado a conocer las nominaciones al Óscar ha habido cierto sector que se ha lanzado a poner a caldo a los académicos por haber descartado a Barbie de entre las categorías más destacadas, como si obedeciera a un revanchismo machista. Obviamente, debían desconocer Pobres criaturas.
El nuevo trabajo del siempre inquietante Yorgos Lanthimos reivindica, de forma mucho más sofisticada, arriesgada y valiente que la estrella de Mattel, el camino hacia la igualdad y la liberación de la mujer a través de los ojos y la experiencia vital de otro personaje femenino concebido para marcar una época, Bella Baxter, con B de Barbie, pero de una complejidad y significación narrativa que pretende ser tan didáctica como visceral: todo llevado al extremo, pero desde un compromiso moral y emocional con lo que se cuenta.
Hasta ahí lo que, desde el plano argumental, ofrece el filme, que, en este caso, discurre en paralelo con el plano formal, tan importante como la propia historia, a partir de la concepción visual con la que Lanthimos afronta el relato.
No hablamos sólo del protagonismo del personaje que encarna de forma tan magistral como entregada Emma Stone, sino del propio director, empeñado en dominar la puesta en escena desde el uso del color y el blanco y negro, las lentes, la escenografía y la estridente y discordante música de Jerskin Fendrix, a partir de la implicación autorial de otros de sus colaboradores habituales: el guionista Tony McNamara, encargado de adaptar la novela de Alasdair Gray, y el director de fotografía Robbie Ryan, habitual en los útimos trabajos de Noah Baumbach y Ken Loach.
Insisto en los detalles porque Lanthimos lo hace a su vez para reivindicar su compromiso autorial a partir de la significación visual de toda la película, como si entendiera que todo lo demás resultara incluso exageradamente explícito.
En este sentido, frente a la certeza de lo que está contando durante todo el metraje, lo que nos asaltsa como espectador es si todo lo demás es pura fachada, deriva estilística, como le suele ocurrir en ocasiones a Wes Anderson, y Lanthimos se sintiese ya con el derecho a sentarse a comer en la misma mesa que Kubrick, por citar un caso paradigmático de entre los grandes autores que triunfaron en la taquilla. Sin duda ha dado forma a algo diferente, casi experiencial, pero no sé si tan magistral como pretencioso.