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Jerez

El último gol de su vida

Decidió quedarse en Jerez y no regresar a su tierra canaria y se ha ido tras 53 años en la ciudad que le puso un campo a su nombre y le nombró Hijo Adoptivo

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  • Ravelo el día de inauguración del campo con su nombre -

No sé por qué razones el gol que más recuerdo de Pepe Ravelo fue aquel que en una noche de septiembre le marcó al Real Zaragoza, en Segunda División, en el siempre muy recordado Estadio Domecq. Fue un golazo, de los muchísimos que aún siendo medio o incluso líbero, ya en la etapa final de su vida futbolística, marcó sobre el terreno de juego,  y que repitió, ya sin balón pero con valentía, cuando parecía haber espantado a ese bicho que se apoderó de él hace cuatro años.

Y lo volvió a conseguir con su adiós de esta vida de tristezas y alegrías, de esperanzas y sinsabores, de ilusiones y sueños rotos, de llantos y risas, porque ha pasado de personaje a leyenda y ha obtenido que la admiración que se le profesaba haya trascendido de los círculos deportivos para centrarse en esa persona, pónganle mayúsculas, llena de optimismo, aún en los momentos más complicados que ha pasado a todos los niveles, como cualquier mortal, alegre, divertido, amigo de sus amigos, cordial, amable y sobre todo que ha ido de cara, aunque en ocasiones sus decisiones no fuesen por todos compartidas.

Ese mensaje que una de sus nietas leyó, en nombre de las tres, en el altar de la capilla de Jesús Resucitado en el Tanatorio, rezumaba la verdad de una persona que quería a su familia por encima de todas las cosas, que fue un padre -¿verdad Sandra, Javier o Sergio?- ejemplar, un marido fantástico, un abuelo magnífico y un canario que no era solo un jerezano de adopción sino de corazón.

Pepe llegó a Jerez en el año 1969 para convertirse en la primera semana de su aterrizaje en capitán de una plantilla que, lo comentaba  a gente como Cintas o  Enrique Goñi, fue de las más completas de la historia del Xerez con gente como Velasco, Gradín, Villegas, Víctor, Antonio Benítez, que salió traspasado al Betis, Madariaga, que terminó jugando en el Athletic, Pepín,  los porteros García Escudero y Rodri, el defensa Violeta, hermano del internacional,  y los clásicos como Goñi, Bailaro o Manolo Prieto o jóvenes que venían apretando como Manolo Benítez, sobre el que Ravelo siempre se deshizo en elogios, o Parra por poner algunos ejemplos.

Ascendió en el 71 a Segunda con el equipo en Badajoz y fue santo y seña del equipo hasta su partido homenaje, un exitazo, ante el Sevilla. Incluso una vez retirado le quisieron hacer volver pero ya él desistió para convertirse en una comerciante de éxito con Deportes Ravelo donde vistió, deportivamente, a todo Jerez y al entorno.

Decidió quedarse en Jerez y no regresar a su tierra canaria -recuerdo aquel Mercedes que no le dejaban sacar de allí en sus tiempos futbolísticos- y se ha ido tras 53 años en la ciudad que lo hizo Rey Mago, que le ha puesto un campo a su nombre y que le nombró Hijo Adoptivo. Todo en vida para su orgullo y para el de su familia. Se ha podido ir muy satisfecho Ravelo de su paso por esta vida y por su Jerez y también de ese último gol que ha servido para que voluntades diferentes en sentimientos futbolísticos, que no dejan de ser eso porque en la vida hay doscientas mil cosas más trascendentes que defender un equipo u otro, se unan para decirle adiós a quien, por encima de todo, fue un hombre bueno.

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