Coinciden actualmente en diferentes plataformas dos series de televisión que adaptan sendas novelas convertidas en best-sellers y con título parecido:
La chica invisible y La chica de nieve. No es lo único que comparten.
Ambas están centradas en investigaciones policiales, se desarrollan en ciudades andaluzas y hacen del suspense su principal baza narrativa. Sin embargo, son de resultado dispar.
La primera de ellas,
rodada en Carmona, apuesta por el relato clásico policíaco y descarga toda la tensión en alentar sospechas y en alargar la resolución sobre la autoría del crimen -el asesinato de una adolescente-. Nada nuevo en el horizonte, pese a su pretenciosa puesta en escena.
La segunda,
ambientada en Málaga -un acierto, pese a que la
novela original de Javier Castillo se desarrolla en Nueva York-, va más allá. No solo construye con eficacia su narración a partir de continuos saltos temporales, sino que enriquece su relato a partir de una trama paralela que sostiene vínculos emocionales con la historia principal: la desaparición de una niña de 5 años durante la cabalgata de Reyes.
Y esos vínculos, que son los que dan sentido al conjunto, hablan de la maldad como una constante presente en la sociedad, a lo largo de toda la historia de la humanidad, pero especificada en este caso a partir de la agresión sexual, la pedofilia y el secuestro, de manera que los diferentes caminos que transitan sus protagonistas en la búsqueda de respuestas conducen siempre a una serie de lugares comunes, aquellos donde habitan los monstruos.
Creada por
Jesús Mesas Silva y Javier Andrés Roig,
La chica de nieve se crece asimismo a partir de un muy competente reparto encabezado por
Milena Smit -cuando Almodóvar se fijó en ella para Madres paralelas debió ver algo, sentir algo, aunque a mí me sigue dejando frío su forma de interpretar-, pero sobre todo excelentemente respaldado por
José Coronado, Aixa Villagrán -todo lo hace bien en la piel de la policía que lidera la investigación-,
Loreto Mauleón (Patria) y Raúl Prieto (Antidisturbios) -los atormentados y muy creíbles padres de la niña desaparecida-,
Tristán Ulloa -genial en la composición de un tipo tan corriente como gris- , y los muy solventes
Cecilia Freire y Julián Villagrán. Es, sin duda, una serie de personajes, pero obligados a desenvolverse entre la crueldad y la angustia con la que a veces nos azota la vida misma.