Stewart Stern tenía un buen padrino para abrirse camino en el cine,
su tío Adolph Zukor, fundador de la Paramount, pero demostró asimismo un notable talento como guionista (
Rebelde sin causa). En 1968 adaptó la obra
Rachel, Rachel para la película
dirigida por Paul Newman e interpretada por Joanne Woodward, por la que fue nominado al Oscar, y su nombre aparece también al frente de otras dos películas protagonizadas por Woodward,
Summer Wishes, Winter Dreams y Sybil.
A Stern le unía ya una fuerte amistad con el célebre matrimonio y años más tarde convenció a Newman para participar en una serie de entrevistas para publicar su biografía, que complementó con las realizadas a numerosas personalidades del cine con las que Newman había trabajado (
Martin Ritt, Stuart Rosenberg, Sidney Lumet, Sidney Pollack, Gore Vidal, Elia Kazan, George Roy Hill, Robert Redford, Robert Altman...).
Finalmente, el actor decidió meter fuego a todas las cintas, pero no contaba con que el propio Stern las hubiese transcrito antes de entregárselas y que los textos llegasen después a manos de los hijos de Newman y Woodward, que han accedido a reconstruir la biografía de sus padres en forma de
mini serie documental, dirigida por el actor Ethan Hawke y producida por Martin Scorsese para HBO.
El resultado, desarrollado a lo largo de seis episodios, resulta admirable, pero también cansino, tanto por la duración de muchos de los clips de películas que se incluyen en cada episodio, como por el incontrolable entusiasmo que exhibe Hawke -convertido en un protagonista más del documental-, apoyado en amigos y compañeros de profesión que prestan sus voces a los entrevistados por Stern, incluidos los propios Newman -lo hace la voz
George Clooney- y Woodward -lo hace
Laura Linney, que fue alumna suya de interpretación-, al tiempo que comparten sus impresiones sobre algunas de sus películas.
La admiración está presente a través de la construcción de las vidas de sus protagonistas, de las duras confesiones que comparten -sobre sus familias, su matrimonio, el progresivo segundo plano al que fue relegada Woodward ante el estrellato de su marido-, de su evolución artística, de su compromiso social y político, pero a veces incurre en un exhibicionismo innecesario que implica tener presente que si Newman quemó esas cintas fue por algo.