Hace unos meses paseaba con mi querido amigo Juan Manuel Morillo Marchan por la calle 11 de marzo de 1938 de mi querido Barbate, cuando al pasar por el lado de una pequeña vivienda situada en el número 41, vinieron a mi memoria recuerdos de mi niñez escolar.
En esa humilde casa vivió Oliva Muñoz Soler, conocida popularmente como ‘La Carambita’, que en el año 1918, cuando solo tenía 14 años de edad, conociendo las necesidades de escolarización de este pueblo marinero, con unos conocimientos innatos de Paidología y Pedagogía y un corazón generoso, transformó una pequeña habitación de su casa en la ‘Miga’, una modesta escuela donde impartía clases a los más pequeños y desfavorecidos.
En el aula había una puerta que daba a la calle y tenía una cortina de red, a través de la cual veíamos pasar carros tirados por mulos cargados de atunes, camiones con cajas de pescados y mujeres que iban a trabajar a las diferentes fábricas de conservas de pescados que había al principio de la calle, que era muy transitada por que unía el puerto de la Albufera con la lonja del pescado que estaba en la desembocadura del río.
Oliva se quedó viuda muy joven y no tuvo hijos, y siempre iba vestida de negro por respeto a su marido Antonio. Para impartir la clase se colocaba un delantal y se sentaba en una silla de madera con asiento de anea, mientras que nosotros nos sentábamos en unos bancos construidos con las pandas de corcho que arribaban a la playa, después de desprenderse de la relinga superior de la almadraba a causa de la fuerza del viento y las mareas.
Tenía tal capacidad para enseñar que delante se colocaba un alumno que estaba aprendiendo a leer, en el lado izquierdo otro que decía de memoria la tabla de multiplicar y a la derecha un tercero que leía en voz alta un párrafo de un libro. Con qué rigurosidad controlaba a los tres y con qué cariño corregía al alumno que se equivocaba, porque ella sabía como algo mágico, las posibilidades de cada uno de nosotros.
La ‘Miga’ era una escuela muy económica, por lo que podíamos asistir los niños de las familias con menos recursos. En sus comienzos se pagaba diez céntimos de peseta por cada niño y día. En el año 1955, cuando yo comencé las clases, veinticinco céntimos de peseta por día; en 1977, cincuenta pesetas a la semana... Pero Oliva era feliz con sobrevivir, enseñarnos las primeras letras e inculcarnos que el esfuerzo, sacrificio, estudio y perseverancia, nos ayudaría a avanzar en nuestra vida, darle sentido y cumplir nuestros sueños. Porque siempre pensó que factores como el conocimiento, la actitud y la formación, eran garantes de la igualdad de oportunidades.
En la lejanía se escuchaba el sonido de la sirena de las diferentes fábricas de conservas de pescados que existían en aquella época, entre ellas la del Consorcio Nacional Almadrabero, en el que algunos días trabajaba Oliva, compaginándolo con las clases.
Nosotros no teníamos recreo, ni pistas deportivas, pero nos conformábamos porque nos dejaba jugar un ratito al tres en raya, cuyo tablero estaba grabado en el asiento de uno de los bancos de corcho.
Oliva tenía una sabiduría vocacional como adquirida de la ciencia infusa y, para ella, era muy importante mostrar el camino de la cultura y el futuro a los más vulnerables y necesitados, por que decía que un niño era una promesa que a veces los adultos truncaban.
Había personas que tenían poca cultura e iban para que Oliva le escribiera o leyera cartas de sus familiares o documentos públicos. Algunas amas de casa la buscaban para que le sumara la cantidad de dinero que le debía al ‘ditero’, realizando una gran labor social. Otras simplemente levantaban la cortina para saludarla, entre ellos ‘Gasparito’, un señor que cuando estalló la guerra civil española, al estar exento del servicio militar, una noche se embarcó solo en su bote de madera y remando atravesó el Estrecho de Gibraltar, ejecutando el trayecto Barbate – Tánger. Cuando terminó la contienda bélica, volvió realizando la misma travesía, sólo y con su bote.
‘La Carambita’ falleció en el año 1991 a la edad de 87 años, dejando un gran legado que es la gran cantidad de niños de esta localidad que pasamos por esta escuela, a quienes nos enseñó a leer, escribir y buena parte de la cultura que hoy tenemos y sentó las bases por la que muchos de nosotros somos universitarios.
Sirvan estos recuerdos como homenaje a aquella valerosa y bondadosa mujer “Maestra sin magisterio”, hoy olvidada por muchos y desconocida por las generaciones más jóvenes.