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El hombre alambre

"Hay personas que tienen la habilidad de retorcerse cual alambre para adquirir formas poco habituales, aunque perfectamente definibles en el denostado y vilipendiado mundo del arte”

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  • Ilustración de Jorkareli. -

Al estudiar lengua, observábamos la diferenciación entre géneros – masculino y femenino – haciendo referencia al neutro para englobar a los sujetos de la oración sin diferenciación de sexo. Así se hablaba del “hombre”, en masculino, cuando se quería hacer referencia al conjunto del género humano.
Si bien el vocabulario, en el devenir de la evolución cultural lingüística se ha ido enriqueciendo, especificando con más acierto ese neutro gris al que nos referíamos, permítanos el lector la licencia de hacer uso en este caso de aquél neutro anodino para no vernos avocados a excesivas repeticiones en el discurso.
Hay personas que tienen la habilidad de retorcerse cual alambre para adquirir formas poco habituales, aunque perfectamente definibles en el denostado y vilipendiado mundo del arte. Personas, cuyo carácter no les ha dispensado la virtud de la sinceridad para con ellos mismos. Cosa, por otro lado, ciertamente gravosa en la evolución personal.
Cuando hablamos del fontanero, hablamos con el respeto que merece un profesional que atiende, cobrando sus honorarios, aquellas obras y reparaciones propias de su especialidad.
Cuando hablamos de un mecánico de coches, no hablamos de aquellas personas – hombre y mujeres – que les gustan los automóviles y se dedican a su limpieza los domingos por la mañana.
Cuando nos referimos a un químico, administrativo, arquitecto, barrendero, médico o botones de hotel, estamos definiendo ámbitos profesionales en los que aquellos a los que nos referimos están insertados y por los que cobran igualmente un estipendio relacionado con su profesión, dado que es ésta y no otra su manera de ganarse el pan de cada día y lo que viene a determinar, en muchos casos de forma indeleble, su manera de VIVIR.
Caracteres ciertamente diferenciados y que no solo marcan una forma de vida, sino mucho más. Acaso para el buen observador, profundizando en el conocimiento de estas personas, fácilmente se podría llegar a la diferenciación de sus gustos, vacaciones, virtudes, defectos, y roles propios de status, muchas veces falsos, definidos por aquella y no otra, manera de vivir a la que aludíamos.
“Dime lo que haces y te diré quién eres”, es la tópica frase que acompaña a otra similares no exentas de verdad y que se nos antojan, en concreto ésta, muy propia para incluir en el contenido del presente artículo de opinión.
Si bien es verdad que tenemos un profundo respeto acerca de las iniciativas que las personas llevan a cabo en su vida, sobre todo aquellas cuya finalidad es propiciar el placer creativo o simplemente desarrollar las mayores o menores aptitudes que pudieran emanar de una inquietud artística, también es verdad que nos gusta diferenciar, aunque nada más sea que por pudor, el blanco del negro.
Ya lo decía Camilo José Cela (premio Nobel de Literatura 1989), en una impetuosa diferenciación lingüística: “no es lo mismo estar dormido que estar durmiendo, al igual que no es lo mismo estar jodido que estar jodiendo”. Igualmente no es lo mismo ser biólogo que abogado. Tampoco es lo mismo ser pintor que ser artista. Y mucho menos ser principiante en el estudio de las materias relacionadas con el infinito mundo que constituye el arte, ya sea cual fuera aquél, que ser o considerarse actor, actriz, pintor, pintora, músico, música (por lo de neutro) o cualquier otro u otra adjetivación relativa a la consagrada vida dedicada a éstas, también sagradas, materias que constituyen lo que denominamos, con mayúscula,… ARTE.
Atribuir o atribuirse ciertas facultades para el desarrollo de las aptitudes y actitudes relacionadas con las artes y desarrollarlas, es propio de quienes albergan el interés de bucear, nadar e intentar salir a flote en el arriesgado mundo de la estética y la ética de la belleza. Otros, simplemente se lo pasan bien, disfrutan con la actividad. Pero hay quienes, en un presuntuoso síndrome de ego, buscan, desean, proponen afanosamente situarse, cuando no les sitúan sin más, en el olímpico altar del arte.
El uso de las palabras suele dar lugar a su desgaste. De ahí las diferentes acepciones y nomenclaturas. De ahí también la diferenciación que debe existir entre aprendiz, estudiante, amateur, amante, o…SER.
Seres alambres (neutro blindado) que no dudan en adquirir la multiforme y enredada forma al uso, cuyos derroteros, marcados por vicisitudes, tiempos, horarios y profesiones que les definen, lejos de cerrar el candado de la seguridad, navegan por extraños vericuetos en busca de alicientes que no les propicia su endeble estructura vital, creada en muchas ocasiones para la apariencia y que constituyen, simplemente, una vacua intromisión en atributos muy alejados de aquél ser.

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