Enclavado en Ronda, Bardal es un sitio especial, primero porque a los que llevamos algunos años en esto nos vienen ciertos recuerdos de un joven cocinero que entonces asombraba a Andalucía con sus sopas frías, un tal Dani García.
Bardal es muy diferente a aquel Tragabuches. La cocina de Benito es de las más honestas que este cronista ha visto, platos que buscan el disfrute en boca del comensal. No quiere decir que no haya un esfuerzo por la plasticidad de los pases, que lo hay, pero está en un segundo plano, aquí se viene a comer bien y no a ver platos bonitos.
Personalmente me parece apabullante su cocina, aunque él no lo quiera da una pequeña lección de como se deben hacer las cosas de base, que andando se puede llegar mucho más lejos que corriendo. Sabores equilibrados, fondos de calidad extrema, una prodigiosa mano técnica y sobre todo una de las propuestas más coherentes que existen.
El menú que nos deja este verano es de los más redondo que he probado nunca, inicios como sus quisquillas de Motril en una sopa fría de tomate verde son majestuosos o su inolvidable pichón con trigo, chantarela y leche de oveja. Otros grandes pases como sus mollejas de chivo con beurre blanc o su bouef bourguignon de costilla de vaca también nos descubre la versión más afrancesada de una propuesta realmente completa.
Encima en Bardal sucede que el resto de patas que componen un restaurante alrededor de su tronco principal que es la cocina estaban rezagadas, esto ha ido igualándose hasta terminar siendo para mí uno de los grandes restaurantes andaluces.
Comer bien está claro que es una de las ventajas que tiene escribir de estos restaurantes, pero si me dijeran que es lo mejor que tiene esto diría sin duda que es conocer a gente como Benito y el equipo humano de Bardal, es realmente enriquecedor hablar con ellos de todo lo que hay detrás de un restaurante de alta cocina en una ciudad como Ronda. Si está interesado en diferentes restaurantes dejo mi blog de reseñas.
