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Palabras en Libertad

Puigdemont, un Gene Kelly del pensamiento

La estupidez es un patrón de comportamiento y también el resultado inopinable de un conjunto de actos. Lo sabe bien Puigdemont

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Confiar se ha convertido en una quimera. La política en España es una suma de decepciones sin límite conocido. Poner atención a algo o a alguien esperando que cumpla con raciocinio aquello que ha propuesto, es un sueño imposible. Nada termina en la misma dirección que comienza. Todo es efímero, etéreo y, generalmente, estúpido.

La estupidez es un patrón de comportamiento y también el resultado inopinable de un conjunto de actos. Lo sabe bien Puigdemont, embarcado en un viaje singular por los límites del abismo de la cordura. Cualquiera podría suponerle un comportamiento estúpido, por errático y sin sentido, pero en realidad es aún peor, es la actitud de quien está convencido que los estúpidos somos los demás, particularmente sus seguidores.

Así funciona la moderna ciencia política. Un mal alcalde poblachón metido en política – contra la sabia admonición de aquel Franco tan traído en este tiempo, que ya avisó de la inconveniencia de hacerlo – que se ha visto suerado por su propio influjo en ella: Puigdemont se ve reflejado en el espíritu catalán como usted o yo nos vemos reflejados en los escaparates de la calle.

Esa idea de sí mismo le obliga a ascender varios metros sobre el vulgar gentío y adorarlo al mismo tiempo por ser él el fruto de la admiración de estos. Parece un galimatías, pero no lo es. Puigdemont – descerebrado, como es evidente -, vive en un mundo irreal de unicornios con cabellera, estrellas rosas y lentejuelas que iluminan cualquier ensoñación patriótica. En el mundo de Puigdemont, Cataluña – Catalonia – es un puerto al que arriban exploradores de países lejanos a conocer su cultura, allí escuchan las evocadoras leyendas que les cuentan los lugareños y se enamoran de la musicalidad de los sueños que poseen los habitantes del mítico lugar.

Es, en realidad, como Brigadoon, aquella excelente y musical película de los años cincuenta en la que Gene Kelly bailaba al ritmo de una localidad fantástica que solo despertaba un día cada cientos. Así es Puigdemont, un Gene Kelly del siglo XXI, un místico poeta, un soñador para un pueblo, una leyenda nórdica en un país mediterráneo.  Puigdemont sí es confiable, sí es admirable, si  cumple: no decepciona. Es imposible. Todo lo que haga será una fastuosa recreación de sí mismo y de su obra. Es, por decirlo de alguna forma, una Marta Rovira con lágrimas de oro con las que bautiza cada día una nueva Era grande y libre de Catalonia. Si alguien le cantara primero, el replicaría después por las frías y tristes calles de Bruselas: voy por rutas imperiales, caminando hacia Dios. Y Junqueras se emocionaría en el confesionario.

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