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Opiniones de un payaso

Policía Social

Aunque muchas veces lo olvidemos, los policías locales no solo se dedican a velar por el cumplimiento de las ordenanzas municipales e imponer multas. Labor...

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Aunque muchas veces lo olvidemos, los policías locales no solo se dedican a velar por el cumplimiento de las ordenanzas municipales e imponer multas. Labor a veces desagradable, sobre todo cuando de sancionar infracciones cometidas por quienes son sus vecinos se trata, pero necesaria, porque, si las ordenanzas no se cumplieran, nuestra convivencia, ya de por sí complicada, sería todo un desastre. Tampoco se dedican única y exclusivamente a perseguir actos delictivos que son de su competencia, detener delincuentes y colaborar con las demás fuerzas del orden. Misión, permítaseme que lo diga, aparte de igualmente necesaria o más que la anterior, encomiable y digna de nuestro agradecimiento como ciudadanos. Pues nadie puede discutir que se ha de combatir la delincuencia y que dicho cometido no solo no es fácil, sino que, además, no está exento de riesgos y peligros, en la mayor parte de las ocasiones, muy escasamente retribuidos.
No obstante, lo que yo pretendo resaltar hoy en estas líneas son otras muchas tareas que la Policía Local lleva a cabo y que merecen un reconocimiento público que no siempre se le tributa como se debiera. Sin ir más lejos, días atrás teníamos conocimiento de dos actuaciones admirables de los funcionarios del cuerpo de la Policía Local barreña que no recibieron –creo– por parte de los medios la atención  que sí se concede a otros temas más prosaicos o más morbosos, y con mucha menos carga humana, por aquello de que la audiencia es la que manda, cosa que, dicho sea de paso, ni siquiera es cierta.
El pasado 12 de noviembre dos agentes de servicio, con la colaboración inestimable del Padre Yelman, sacerdote y director espiritual de la iglesia de San Isidro Labrador –a quien tengo el honor de contar entre mis amigos– y la solidaridad mostrada por un grupo de buenas personas vinculadas al colectivo parroquial, ayudaban a una familia con hijos pequeños, llegada de fuera, que se encontraba en una situación extrema de desamparo. Y, prácticamente, por las mismas fechas, es decir, hace apenas dos semanas, otros agentes, estos pertenecientes al GOAP (Grupo Operativo de Apoyo y Prevención), salvaban de morir ahogada en su propio domicilio de Palmones a una anciana de 79 años.
En el trabajo diario de nuestra Policía Local, así como también en el trabajo de las demás fuerzas de seguridad, hay altas dosis de heroicidad y altruismo, comportamientos que nunca vienen de más, sino todo lo contrario, en este mundo un tanto deshumanizado en el que vivimos. Y no quería dejar pasar por alto esta oportunidad de recordarlo.
Se me ocurre que podría estar muy bien eso de crear en cada cuerpo policial –si es que no lo hay ya– un destacamento encargado de atender emergencias sociales, una especie de Policía Social, en estos tiempos en los que, lamentablemente, las emergencias sociales se han convertido en un fenómeno casi cotidiano. Pero no se me asusten, que no estoy hablando de constituir una brigada como la que se hiciera tristemente célebre durante la dictadura franquista, ni nada que se le asemeje, ¡Dios me libre! Hablo de unas unidades destinadas a erradicar injusticias socioeconómicas flagrantes, y no solo aquellas que son consecuencia de algún tipo de ilegalidad censurable, sino, sobre todo, aquellas que son producto de legalidades a todas luces vergonzantes e indignantes, por muy utópico que esto suene.

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