Este sábado, miles de vascos se concentraron en pueblos y capitales de Euskadi en silencio. Por eso resonó aún más una frase: “Mi hermano no es una víctima del terrorismo, es un héroe, es un gudari”. Así habló, emocionado, Josu Puelles, el hermano ertzaina de la última víctima de ETA, el policía Eduardo Puelles. Sucedió en Arrigorriaga, el lugar del atentado y donde vivía la persona asesinada, a cuyo funeral, celebrado en Bilbao, acudieron los Príncipes y numerosas personalidades.
Con la muerte de Eduardo Puelles alguien quiso celebrar así el día en que, hace 22 años, morían en Barcelona, también víctimas de ETA, nada menos que 21 personas cuyo delito había sido acudir al Hipercor. Entre aquel atentado de 1987, récord trágico de la historia sanguinaria de ETA, y el de ahora, han pasado muchas cosas, pero la más importante es que ETA se ha quedado prácticamente sola, por mucho que disponga de valiosa información para asesinar, como demuestra esta muerte de todo un jefe de grupo de la brigada que combate el terrorismo en Euskadi.
Cada vez más aislada social y políticamente, ETA también está debilitada en efectivos y medios; máxime tras la detención en Francia de cuatro de sus máximos dirigentes, ya que en apenas un año cayeron Javier López Peña (mayo de 2008), Garikoitz Aspiazu Txeroki (noviembre de 2008), Aitzol Iriondo (diciembre de 2008) y Jurdan Martitegi (abril de 2009).
Las reacciones políticas recuperan la senda de la unidad, sin fisuras, tras este primer atentado en el País Vasco con el socialista Patxi López como lehendakari de un Gobierno declarado objetivo prioritario por ETA. PP y PSOE vuelven a ir de la mano y los nacionalistas arriman el hombro, convencidos todos de que el único camino para la banda es su desaparición. Una vez más, se esfuman los intentos declarados de Arnaldo Otegi de relanzar un polo soberanista desde la política, ajeno a la violencia y amparado por una supuesta tregua tácita de ETA, por ahora capaz de mediatizar a esa parte de la izquierda abertzale.