El cáncer es uno de los errores más graves de la vida. Cuando se presenta, es capaz de arrebatarnos todo aquello que nos define como personas, zarandeándonos en la penumbra de la incertidumbre y el miedo, dejando en nuestras manos lo único que nos queda cuando nos desarman por completo: la verdad.
Como un arma de doble filo, la verdad puede acabar por completo con nosotros o ser nuestra única esperanza. La nueva película de Juan Antonio Bayona, Un Monstruo viene a verme (2016), intenta hablarnos sobre esa verdad, la misma que persigue al joven Connor (Lewis MacDougall) desde que su madre (Felicity Jones) adolece de cáncer.
Bayona muestra, con ritmo preciso y quizás demasiado despego, cómo la verdad de Connor le perturba puntualmente el sueño cada noche; le persigue hasta la escuela, donde soporta terribles abusos y una cobarde indiferencia; y le sigue acompañando en la frialdad de un hogar que se apaga poco a poco, donde la única evasión posible es la que ofrece un folio en blanco al servicio de la imaginación, mejor refugio que los brazos de un padre ausente (Toby Kebbell) y los de una abuela distante (Sigourney Weaver).
Es entonces, en medio de esa constante y calmada tempestad, cuando un Monstruo (Liam Neeson) viene a verle. Resulta disonante que las apariciones fantásticas del mismo traigan de la mano los mejores momentos de cine del director catalán, creando situaciones totalmente libres de trampas narrativas y trucos dramáticos.
A cada visita del Monstruo le acompaña una historia rodada con una portentosa animación de preciosistas acuarelas, que pretenden ayudar a Connor a liberarse de la verdad que lo oprime desde dentro.
Una vez establecida la narrativa principal del relato, la trama entra en una repetición constante de situaciones que parecen buscar la deconstrucción emotiva del espectador ante el inevitable y de sobras anunciado final.
Del dolor que acompaña a la injusta y progresiva pérdida de una madre surge una rabia desmedida que Connor canaliza destrozando el salón de su abuela, pero no hay catarsis posible en ese momento, ni en los que el niño habla con su padre sobre lo que pudo ser y no fue.
La catarsis estaba reservada para la cuarta historia, aquella que Connor debe contarle al Monstruo y que desvelará su más temida pesadilla, la verdad que lo acompaña, lo aflige y lo consume. Y es en ese mismo instante de revelación cuando de la rabia surge un nuevo sentimiento y el film entero se estremece con el poder balsámico que llega a contener la escena.
Lástima que todo se desvanezca con la cascada de lágrimas que prosigue, aderezada en su justa medida con los tristes acordes de la música de Fernando Velázquez, mientras la verdad se esfuma junto a la victoria de la enfermedad que la trajo.
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