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Con carácter retroactivo

Esta columna viene a rematar la que les ofrecí hace dos semanas. En aquella ocasión, espoleado por las declaraciones de D. Santiago Carrillo...

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Esta columna viene a rematar la que les ofrecí hace dos semanas. En aquella ocasión, espoleado por las declaraciones de D. Santiago Carrillo, me apresuré en expresar mis ideas sin  reseñas históricas que refutaran mi tesis. Es por ello, que he decidido reescribir parte de aquella columna, argumentando mi postura en contra de una de las afirmaciones del señor Carrillo. En concreto, la que hace referencia a su deseo de que las Cortes “aprobaran una resolución condenando la sublevación” pues “una sublevación contra un Estado democrático no ha tenido ninguna justificación”.

Para empezar, la República no se instauró en España de manera democrática, lo hicieron sacando el pueblo a la calle para celebrar el resultado de unos comicios que en realidad fueron ganados por el bando monárquico (14.018 concejales monárquicos frente a 1.832 republicanos en primera fase y 22.150 frente a 5.775 en segunda).

Otra gran mentira es el misticismo que rodea a la Constitución del 31 que “se planeó sin mirar a esa realidad nacional […] se procuró legislar obedeciendo a teorías, sentimientos e intereses de partido […] sin cuidarse apenas de que se legislaba para España” (Los defectos de la Constitución de 1931. N. Alcalá Zamora).
Aun así, anarquistas y comunistas perseguían metas aun más altas, encaminadas a instaurar en España una dictadura del proletariado. Ya en enero del 32, sufrimos el episodio de Casas Viejas; donde un grupo de anarquistas invadieron el cuartel de la Guardia Civil y asesinaron a dos guardias civiles. Azaña ordenó reprimir el motín con la célebre frase “no quiero ni prisioneros ni heridos, tiros a la barriga” que le costaría las siguientes elecciones.

En octubre del 34, PSOE, CNT, PCE y Ezquerra, que no aceptaban la derrota en las elecciones del 33, fomentaron y participaron en la sublevación contra la República, que es para muchos historiadores el verdadero inicio y desencadenante de la Guerra Civil. El 6 octubre Companyns declaró el Estado Catalán dentro de la República Federal de España y multitud de motines provocaron un total de 1.051 muertos y 2.051 heridos. Y daños en 58 iglesias, 26 fábricas, 58 puentes, 63 edificios particulares y 730 públicos.

En estas, llegaríamos a los comicios del 36, en los que, en el transcurso de una convocatoria electoral, el líder socialista Largo Caballero declararía: “Quiero decirle a las derechas que si triunfamos colaboraremos con nuestros aliados. Pero si triunfan las derechas nuestra labor habrá de ser doble, colaborar con nuestros aliados dentro de la legalidad, pero tendremos que ir a la guerra civil declarada”. (El liberal de Bilbao. 20 de enero 36).
Y por último, y no menos grave, ni mentira, la dudosa victoria del Frente Popular en las elecciones, de las que Niceto Alcalá Zamora, en declaraciones a Journal Geneve del 17 de enero de 1937 diría:  “A pesar de los refuerzos sindicalistas, el Frente Popular obtenía solamente un poco más, muy pocos, de 200 actas, en un Parlamento de 473 diputados […] la mayoría absoluta se le escapaba. Sin embargo, logró conquistarla consumiendo dos etapas a toda velocidad, violando todos los escrúpulos de legalidad y conciencia […] las Cortes prepararon dos golpes de Estado parlamentario. Con el primero, se declararon a sí mismas indisolubles durante la duración del mandato presidencial. Con el segundo, me revocaron. El último obstáculo estaba descartado en el camino de la anarquía y de todas las violencias de la guerra civil”.

Está claro que la derecha también haría de las suyas, pero mi intención es únicamente, esbozar cómo la izquierda tuvo mucho que ver en el alzamiento y de hecho, ya antes que Mola, Sanjurjo y compañía, lo intentarían en el 34. Del mismo modo, dejar claro que no pretendo justificar ninguna de las acciones efectuadas por el bando franquistas, me parecen tan condenables como el que más. Al igual que no estoy en contra de la memoria histórica, siempre y cuando ésta persiga la verdad de las dos partes. Y comprendo que haya quien exija la eliminación de los símbolos franquistas por lo que representan, al igual que me parece una hipocresía que se enarbole la bandera republicana en esos actos.

Pero todo ello desde el respeto, y la memoria, sin partidismos ni revanchas. Cuando todos actuemos con esta cordura creo que habrá entendimiento, mientras tanto la memoria histórica será la de media España, al igual que lo fueron las bases de la Constitución del 31.

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