Me gusta escuchar el sonido sordo de la lluvia contra los cristales y las notas de música acuática que surgen cuando agotan su trayectoria contra los barrotes metálicos de la ventana o el pasamanos de la terraza.
Me gusta escuchar el sonido sordo de la lluvia contra los cristales y las notas de música acuática que surgen cuando agotan su trayectoria contra los barrotes metálicos de la ventana o el pasamanos de la terraza. Siempre me traen imágenes de cuerpos demorados sobre unas sábanas con muchas dunas sobre las que ha soplado una brisa cargada de amor apasionado –si me permiten el pleonasmo–.
De niño, los domingos, cuando mi madre se olvidaba de la tiranía esférica del despertador y permanecía en la cama más tiempo que los días de entre semana, me permitía escalar hasta su cama y sentir su calor protector y olor nutricio; si, además, estaba lloviendo, aquella vivencia se convertía en una epifanía gozosa porque, justo delante de la ventana de su dormitorio desembocaba el sistema de canalizaciones de lluvia del tejado y un gran chorro de agua estallaba contra el suelo del patio. Y a mí aquella insistencia pluvial me invitaba a recorrer el camino inverso que hizo Darwin hasta llegar a la charca del cuaternario donde empezó el ser humano a chapotear en el lodo hasta conseguir que ese lodo cubra ahora todo el planeta.
Pero después abandoné ese amor por los sonidos amables y empecé a llenarme los oídos con los comentarios de los tertulianos de todas las cadenas de radio. Al final fijé el dial en Onda Cero porque me parecía –y me sigue pareciendo– la más equilibrada y la que destila menos bilis a través de las ondas hertzianas y es más respetuosa con el éter.
Antes de que el PP ganara las elecciones por primera vez, allá por 1996, uno de los tertulianos asiduos a esa emisora de radio era Miguel Ángel Gozalo. Cualquier oyente mínimamente informado podía darse cuenta al instante, por los comentarios que defecaba aquel periodista, que la objetividad no era una de las virtudes que adornaban su trabajo profesional. Cualquier crítica o mera insinuación que pusiera en entredicho la bondad política del programa de gobierno con el que aquel partido asistía a las elecciones era interceptada con ahínco y denuedo por Gozalo hasta quedar de manifiesto su vergonzante falta de mesura y ecuanimidad. Ya con el PP en el Gobierno de la nación, Gozalo fue nombrado presidente de la agencia EFE. Ahora ese cargo lo desempeña Alex Grijelmo, y en los despachos de la Moncloa acampan las huestes socialistas.
Grijelmo es autor de, entre otros libros, de El estilo del periodista, (Editorial Taurus, por lo menos la que tengo ahora entre mis manos). Es un tocho de seiscientas páginas con el que pretende aclarar todas las dudas que surjan en el urgente escribir de las redacciones de cualquier periódico: desde los géneros periodísticos hasta el estilo y la ética, pasando por la interpretación de la información, la edición, la puntuación, el vocabulario del periodista, el mal estilo y los eufemismos.
Estos días el señor Grijelmo está muy atareado con las consecuencia que la crisis económica está teniendo en la plantilla de la agencia Efe. Una reestructuración que le va a costar el puesto a 800 trabajadores, que de cobrar un sueldo fijo, van a pasar a ser autónomos y a cobrar por cada pieza de información que suministren a la agencia.
Los trabajadores, ejerciendo la normal defensa de sus intereses laborales, han anunciado que recurrirán a los tribunales. Y aquí es donde una ola de desazón me ha arrastrado hasta la playa formada por las seiscientas páginas del mencionado libro del presidente de Efe.
Decir que el trabajador que gane un juicio contra la empresa que él dirige será destinado a Algeciras infringe, cuanto menos, dos apartados de su propio libro: el mal estilo y el dedicado a los eufemismos.