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Intelectuales

Juan Jesús Ladrón de Guevara

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La Real Academia Española da estas definiciones de intelectual: intelectual. (Del lat. intellectualis). 1. adj. Perteneciente o relativo al entendimiento. 2. adj. Espiritual, incorporal. 3. adj. Dedicado preferentemente al cultivo de las ciencias y las letras.

De todos los personajes mediáticos que destacan por su autobombo (políticos de medio pelo o famosillos sin profesión conocida) la figura del intelectual destaca por sí sola. Es el típico personaje de mediana edad, perejil de todas las salsas, que normalmente presume de su sufrimiento existencial y de su marginalidad autoimpuesta, viven en una especie de autoexilio interior y presumen de ser especiales por el mero hecho de haber escrito algunos libros aunque esto último no sea ninguna garantía de calidad dado que personajes de la talla de Jaime Peñafiel y Santiago Segura también han escrito libros. Nos los encontramos en todas las tertulias televisivas y radiofónicas, son una especie de doctor Liendre, que de todo saben y de nada entienden y para todo tienen respuesta. Su sapiencia es equiparable a su desfachatez refugiada en la libertad de expresión.
Antes esta especie social no existía. Había hombres sabios, personajes cultos o ciudadanos eruditos a los que se acudía buscando consejo o asesoramiento en tal o cual materia. En otras sociedades, los ancianos suelen ser los que por la lógica del paso del tiempo sean los que ocupan este estrato, personas con un cúmulo de conocimientos que las convierte en documentos vivos a los que consultar y de los que aprender para no cometer errores del pasado, pero hoy día, en nuestra sociedad superdesarrollada, supercivilizada y superpija tenemos a los ancianos arrumbados en residencias de la tercera edad o en casinos de pueblo malgastando el preciado poco tiempo de vida que les queda jugando al dominó o a la brisca.

Los mal llamados intelectuales no necesitan saber mucho sobre algo para denominarse a sí mismos como tales. Lo dicen ellos y eso debe bastar para creerles a pie juntillas y seguirles como borreguitos. Aun sin saber cuál es el peso atómico del uranio, sin conocer ninguna obra de ningún poeta lituano, ni hablar ninguna lengua extranjera (aunque tampoco la necesitan para hablar con su propio ombligo), su mérito exclusivo consiste en decir que son de izquierdas, cuanto más mejor, aunque tengan modales de trepas fachas, presumir de no seguir la moda ni los usos sociales habituales, aunque lleven palomita y una barba recortada con la Gillette platinum, dárselas de bohemios o gente de mal vivir, aunque conozcan todos los restaurantes de la guía Michelín o recitar, imitando a algún poeta consagrado, aunque entonen con la misma gracia que el sintetizador de voz de Stephen Hawking.

Sobre todo, el intelectual de pacotilla debe aparecer constantemente en todos los medios de comunicación, dejar constancia perenne de que está ahí, darse baños de multitudes que lo alaben continuamente y dejar constancia de que la sociedad en la que vivimos está muy mal, tan mal como para encumbrar a personajes que, como él, no saben ni dónde tienen la mano derecha. Hace bueno el refrán “en el país de los ciegos el tuerto es el rey”.
El intelectual cree ser el líder espiritual de la manada. Todo lo que dice, ya sea de viva voz o por escrito, debe considerarse sagrado por la burda horda de ignorantes que siempre le seguirá porque el intelectual ya se cuidará mucho de decirles lo que quieren oír. Es un duro trabajo de propaganda, una forma de vida que dura años, una especie de sacerdocio civil, hasta ganarse la entrada al olimpo de la intelectualidad y consagrarse como becerro de oro de la cultura oficial. Tengo la suerte de tener algunos amigos muy cultos, otros eruditos y otros realmente sabios. Algunos son analfabetos funcionales, otros son unos auténticos adictos al estudio con las paredes de sus casas forradas de títulos y diplomas, otros investigan sobre las materias más insospechadas. Todos ellos son personas humildes, prudentes y discretas. Nunca dan la nota, ni presumen de nada, ni se consideran líderes de nadie. De las tres definiciones de la Real Academia Española, no conozco a ningún intelectual que cumpla de verdad alguna. Me pregunto, entonces, qué son estos personajes.

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