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Cuentos malentendidos de Navidad

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Oigo, doquiera que vaya, que la Navidad ha vuelto, con  el esplendor –bien es cierto- que un enfermo puede permitirse horas después de abandonar la convalecencia. El primer atisbo de la recuperación, del que alardea Moncloa, sería un simple canto de sirena preelectoral si la socorrida estadística oficial no lo refrendase a golpe de contratos laborales precarios, nuevas cotizaciones a la seguridad social y autónomos, y, lo que es más importante, el repunte moderado del consumo. Una tendencia al alza que tiene mucho que ver con la confianza generalizada de la ciudadanía en que, tras el nefando lustro que nos precede, cualquier evolución será para bien. Ese positivismo voluntarista –sin mucha base, la verdad- invade el espíritu de una de las pocas navidades últimas, que se recuerdan, en que la gente muestra ganas de liberar miedos, de salir por salir hasta por lo menos volver a sentirse parte activa del negocio de fin de año, de cuanto lo rodea, anteponiendo las luces, toda clase de luces, qué derroche de luces, tanto eléctricas como de la fe, a cualquier otra consideración, con tal de integrarse armoniosamente en un Belén, todavía, lamentablemente, plagado de caganers, como usted o yo.


De la crisis no se sale tan fácilmente. Se ha instalado en los huesos del escarmentado, como el frío de invierno atenaza la movilidad de los viejos. Pasos medidos, confianza a cuentagotas, pájaro en mano que ciento volando. En la semana que despidió la longeva experiencia parlamentaria de Alfonso Guerra, uno de sus conmilitones más ilustres en Jaén, el baezano Leocadio Marín, a cinco meses tan sólo de su definitivo adiós, daba una lección de avieso zorro al senador y alcalde Fernández de Moya. Cuando Leocadio amenaza con someter a debate del pleno de su ayuntamiento el refrendo del apoyo a la inclusión de la Catedral de Jaén en el expediente del sitio de Úbeda/Baeza, declarado por la Unesco en 2003 Patrimonio Mundial, el veterano dirigente socialista le da una bofetada a José Enrique en la cara de su correligionario Javier Calvente, portavoz del grupo municipal del PP de Baeza. La raíz de la fricción se localiza en una enmienda a los PGE 2015 de mejora de los accesos a la ciudad renacentista por la futura A-32, que analizada en el Senado fue rechazada por el PP. El mero hecho de plantear en el consistorio baezano el agravio, sea chovinista o no, pone innecesariamente en aprietos a Calvente, parlamentario andaluz y principal oponente de Leocadio, y que lo seguirá siendo de su sobrina, y sustituta al frente de cartel electoral del PSOE, Lola Marín.


José Enrique pudo delegar ese envite, absteniéndose de justificar el voto en contra de su grupo, que no dejaba de ser el voto en contra de una legítima aspiración de Baeza,o una llamada privada, de disculpa a regañadientes, en su defecto, pero le importó poco este tipo de cortesías institucionales con uno de los dos ayuntamientos que mantienen abierta la vía hacia tan excelso reconocimiento a la seo de la ciudad de Jaén. Su comparecencia pública, arropado por el alcalde de Úbeda, José Robles, también del PP, no deja en mejor lugar a Javier Calvente. Una estrategia pintiparada de desgaste del oponente que Leocadio se permite en el epílogo de su carrera política, como respuesta a la inelegante desconsideración del que entiende que puede cambiar de traje, discurso y alianzas, según el escenario, sin medir las consecuencias. Por más que a todos nos mueva, y nos conmueva, de uno u otro modo, el énfasis del consumo de tretas, artimañas y buenas intenciones en estas fechas, De Moya tendría que haber sido consciente de que la diplomacia en política es como los regalos de Navidad: un inteligente, por ponderado, intercambio de presentes.

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