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El yelmo de Escipión

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El otro día venía manteniendo una discusión con un amigo acerca de lo que el español medio venía primando a la hora de dar su voto a un partido político. En estas, que para intentar dirimir la controversia, decido preguntarle por el asunto al dueño del bar donde desayunábamos. La respuesta, sin despejar nuestras dudas, fue sin embargo rotunda “a ninguno, son todos unos ladrones”.
Esta respuesta no es minoritaria por desgracia. De total indignación pero también de absoluto desinterés por la política ante el asco debido a la inmensidad de podredumbre que tenemos instalada. El español reacciona ya ante la corrupción y otros problemas públicos como Julio César cuando fue asesinado por el complot que ejecutó su muerte. Las puñaladas que acabaron con su vida procedían de aquellos a los que concedió su confianza y su favor. Al ver a su protegido, Bruto, entre los conjurados, pronunció su célebre Tu quoque fili mi (Tú también hijo mío) y César se cubrió el rostro con la toga muriendo en silencio, sin defenderse, asqueado.


De igual manera, la nación española se halla desamparada y más aún, estafada, por aquellos a los que otorgó su confianza. Pero no ha de ser la resignación ni el modelo de César el ejemplo a seguir. Entroncando con esa misma tradición romana, a la mala política y a la corrupción se las ataca como hizo Roma en la Tercera Guerra Púnica que les enfrentó a los cartagineses. Cuando finalizó la misma, poniendo punto y final a las guerras entre ambos pueblos, las legiones romanas al mando de Escipión destruyeron totalmente Cartago, hasta los cimientos, y sembraron con sal la tierra para que nada volviera a crecer allí.


No basta el perdón. No caben enjuagues ni apaños. Tampoco van a disimular con leyes anticorrupción aquellos, que responsables, sabían y cobijaron para vergüenza pública a sus corruptos. Ellos son por tanto quienes han de pagar no ya el perjuicio económico que causan con sus corruptelas, sino el daño moral y el sentimiento de angustia, ira y bochorno de un pueblo que no debe abandonarse a la desesperanza. España va despertando ya del engaño y como dice la letra del himno de Italia rememorando aquella victoria romana, "a ceñirse el yelmo de Escipión a la cabeza". Porque todos aquellos que, políticos o no, defraudan al pueblo, no van a cambiar por las buenas, ni va a vencer la Justicia por abandono; sino por acción, ejercicio, participación y movimiento, de nosotros también.

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