No parece ?al menos así a primera vista? que haya interés en vivir y hacer respetar la libertad personal...
No parece –al menos así a primera vista– que haya interés en vivir y hacer respetar la libertad personal. Más bien ocurre que hay quienes se empeñan en lo contrario aunque, eso sí, rodeando sus actuaciones de cantos de alabanza a la libertad en un sentido amplio y difuso; algo así como un vistoso papel de envolver cualquier mercancía por fea que ésta sea.
Se olvida, o no se tiene en cuenta, que el hombre (el ser humano en general) decide en cada uno de los instantes de su vida y lo debe hacer con total responsabilidad. Es necesario, por tanto. que el hombre llegue a formarse adecuadamente para decidir; para en verdad ser libre, para afrontar su camino en la vida sabiendo lo mucho que ésta vale para él mismo y para toda otra persona o conjunto de éstas con la que tenga algún tipo de relación. El hombre no es un elemento de repetición sino creativo, capaz de proporcionar luz propia y también penumbras u oscuridades.
Distinguir una cosa de otra –la luz de la oscuridad, la verdad de la mentira– es tarea de toda la vida para cualquier persona. De toda la vida porque cada día se nos presentan nuevas cuestiones o particularidades de las ya conocidas. La vida tiene siempre un valor de la máxima importancia, la de la libertad personal, que ha de hacerse presente en todas y cada una de las circunstancias que aparezcan o que se hayan generado. Allá donde vaya o esté el hombre, sea en lugares de la máxima representación o en una simple excursión, la libertad personal debe estar presente con total claridad.
Es dura la lucha a librar por el hombre en la conquista de su libertad personal y, además, nunca podrá decir que ha llegado a la plenitud de ella; siempre habrá algo nuevo que reclamará la presencia activa de esa libertad. El ánimo siempre ha de estar dispuesto a esa conquista permanente porque su libertad es la que da sentido a su vida. Esa disposición es uno de los resultados de la educación que se ofrece a cada uno de los hijos desde que nacen; desde ese momento gozoso en el que la familia aumenta con un nuevo miembro, a pesar de que las dificultades materiales sean cada día mayores.
Esa disposición familiar, la de aceptar las dificultades personales para no impedir que un recién nacido sea una gozosa realidad, obedece a una convicción, la del amor a la vida; una convicción que no existe por sí misma sino que ha sido conquistada momento a momento, pensamiento a pensamiento, desvelo a desvelo, ilusión a ilusión, día a día por duros y difíciles que estos se presenten. La libertad personal no es algo barato, algo que se logra así porque sí, sin esfuerzo ni renuncias a otras cosas llamativas pero que se pierden con facilidad.
El hombre se siente más completo, más hecho, más feliz en definitiva, cuando sabe que su esfuerzo en la labor diaria y ordenada, ha obedecido a su libertad personal, la que tiene su raíz en sus convicciones profundas que fueron logradas por medio de la educación y formación a lo largo del tiempo de su vida y que se mantienen fuertes con la experiencia de cada día nuevo.
La libertad personal exige que cada día haya una nueva conquista; lograda con esfuerzo y no por decreto alguno. Es exigente la libertad personal y por ello cuida con esmero y tesón por la pureza de intención y por todo cuanto pueda afectarla en el desarrollo de su acción. Es tan hermosa y delicada la libertad personal que necesita todo cuidado y atención.
Cuando los tiempos son difíciles más importante se hace la atención a proporcionar a esa necesidad imperiosa de libertad, propia del hombre. Hay que procurar que en la búsqueda de soluciones fáciles, o tomadas apresuradamente y casi con desgana, por otros o uno mismo, no se dañe o dificulte lo que es vital para el hombre. Atención en la que siempre debe estar presente el respeto a los demás.
Cuando hay decisión de ir a la conquista de la libertad personal la luz de la esperanza luce de forma especial y ayuda en ese caminar, en el que todo esfuerzo tiende a la paz del alma.