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Fábula del fratricidio

Esta es la historia de una hormiga trabajadora, que desde que salió del minúsculo huevo no hizo otra cosa que trabajar y trabajar sin descanso en los oscuros túneles del hormiguero junto a centenares de compañeras...

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Esta es la historia de una hormiga trabajadora, que desde que salió del minúsculo huevo no hizo otra cosa que trabajar y trabajar sin descanso en los oscuros túneles del hormiguero junto a centenares de compañeras. Ella, comoel resto, tenía asumido su rol en aquel engranaje, su misión era laburar en primer lugar por su supervivencia y,luego, por el progreso de la comunidad. Aquellasmicroexistencias cambiaron el día en que uno de esos poderosos e invisibles seres, sobre los que circulaban leyendas, decidió destapar el hormiguero y permitirlesvivir a cielo abierto sobre un inmenso jardín. Llámenlo progreso o como quieran, lo cierto es que aquellos insectos comenzaron a vivir mejor, tanto que la clasetrabajadora fue disfrutando de cosas que antes solo estaban reservadas para la hormiga reina y su séquito.

Lejos de verlo con recelo, el stablishment real de la comunidad tomó estas mejoras como una oportunidad de negocio y ofreció a las trabajadoras la posibilidad de tenerfácilmente no uno, sino hasta dos hormigueros propios.Veían cómo el humano favorecía el crecimiento de susociedad, las dejaba campar a sus anchas por aquel hermoso césped, hasta permitía que algunas levantaran sus hogares al borde de la piscina. Todo iba como nunca,la prosperidad era una vecina más, y las hormigas creíanvivir casi igual de bien que aquel humano que rondabapor encima de sus cabezas. Aquella era una riqueza interconectada, es decir, todas se debían algo entre sí de manera que el progreso de una provocaba una cadena deprogresos colectivos.
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Un mal día el humano irrumpió en aquella idílica sociedad, algo inadmisible para un poder supremo como el suyo. Los insectos habían acaparado casi todo el jardín y prácticamente disfrutaban de los mismos privilegios que él. Cometió un error al permitir su expansión pero no estaba dispuesto a perder privilegios en aquel malnegocio. Hasta aquí habéis llegado, pensó con lasuperioridad de quien tiene en la suela de su bota el indulto o la condena de cientos de vidas.
Si por algo se caracteriza la humanidad es por la sofisticación en la maldad. El hombre urdió un plan para aplastar a las hormigas sin despeinarse. Lo haría por un método indirecto, el del miedo canalizado a través de los propios insectos. Compró dos enormes perros, que,atados a un árbol del jardín, ladraban amenazadoresaterrorizando a las hormigas. Mientras, fue recortando el espacio donde vivían los insectos, provocando quemuchos perdieran sus propiedades y dejaran de trabajar al no haber tareas suficientes. La clase poderosa en torno a la reina cambió de actitud, ya no era amable con las súbditas por temor a una revolución. Para el humano no era suficiente, así que siguió recortando a los bichos y soltando cada día un poco más la cuerda de los canes. La sociedad hormiguera sufría una tensión insoportable.

El plan del hombre estaba maduro, tan solo necesitaba una chispa para que aquel modelo estallara. Y ocurrió, la destrucción comenzó en el momento en que las propias hormigas creyeron ser las culpables de lo que les estaba pasando.
Hace unos días en Valencia un policía de baja por depresión apuñaló a un ex trabajador de Bankia, que supuestamente le vendió las preferentes que lo han llevado a la ruina. Días antes, Miguel Blesa, ex presidente de ese banco, el equivalente a uno de los perros que el humano compró para guardar su jardín, tardó menos de veinticuatro horas en reunir los 2,5 millones de euros de fianza para salir del talego. El plan está comenzando a dar frutos. Primero nos hicieron creer que habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades; luego, que lo habíamos decidido hacer por nosotros mismos; y más tarde, que nos sintiéramos culpables por aspirarlegítimamente a una vida mejor para nosotros y los nuestros y olvidáramos que hicimos lo que nos dijeron que era bueno hacer. 

Y en esas estamos, en creernos culpables de todo lo que nos está pasando y merecedores de penitencia mientras el humano sonríe desde la mecedora en el porche de su jardín observando cómo las hormigas se destruyen entre sí.

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