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Me queda la palabra

Los Miserables

El Musical se ha ido convirtiendo en un género con personalidad propia que está trascendiendo tanto del teatro, como del cine.

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Vaya por delante que no pretendo en absoluto que esto sirva como elemento de publicidad. Me encanta el cine, pero no es mi intención contagiar a nadie, ni siquiera de algo tan válido en lo cultural como es el 7º Arte, además de educativo y entretenido.
El Musical se ha ido convirtiendo en un género con personalidad propia que está trascendiendo tanto del teatro, como del cine. Tampoco acostumbran a aparecer en la gran pantalla tantos musicales como los que, en vivo, están siendo una de las pocas manifestaciones espectáculo-culturales en proceso de crecimiento.
En concreto “Los Miserables” es uno de estos ejemplos brillantes que de vez en cuando surgen emulando el éxito de los anteriores tan de actualidad. ¡Qué tiempos aquellos en que era el cine quien marcaba las pautas! Maravillas como “West Side Story”, “Sonrisas y Lágrimas”, “Cabaret”, “Cantando bajo la Lluvia”, “Siete Novias para Siete Hermanos”, recuerdan en su esplendor épocas más prósperas. En los últimos tiempos, en mi opinión por supuesto muy discutible, me tengo que retrotraer a “Moulin Rouge” en 2001 para hallar algo que me convenciera.
“Los Miserables” recupera el nivel del buen musical, no sé si coincido con gente más entendida. Partimos de una interpretación muy seria del elenco de actores, a destacar el duelo interpretativo entre Hugh Jackman y Russell Crowe, que se ve complementado con unos secundarios de auténtico lujo que se meten en su papel de una manera muy creíble, como una Anne Hathaway  que borda el papel de Fantine, y los disparatados mesoneros, Helena Bonham y Sacha Baron, sin olvidar a los jóvenes enamorados, que encarnan Amanda Seyfried y Eddie Redmayne, ni pasar por alto los breves papeles de los niños Cosette y Gavroche, encarnados por  Isabelle Allen y Daniel Huttlestone.  Más complicado resulta encontrar un buen nivel en las interpretaciones musicales, en las que las voces de los actores muestran claramente que no son especialistas, si bien lo suplen con una entrega y una profesionalidad muy dignas. Los temas musicales se magnifican en las escenas más llamativas como la escena inicial  de los forzados, la del mesón, la del entierro de Lamarque, y los minutos finales desde la boda al fin del metraje. Mención aparte merece la escena del suicidio de Javert donde expone con toda la crudeza el dilema que se le presenta al inspector entre el cumplimiento de su deber que es la regla de su vida y el reconocimiento de la injusticia que supondría arrestar a una persona tan íntegra como el protagonista Jean Valjean.
En cuanto a la adaptación de la novela cabe decir que, con la dificultad que entraña convertir en una obra visual un clásico tan sobresaliente, respeta los elementos fundamentales de la misma, con las limitaciones esperadas. Lógicamente, los lectores que hayan disfrutado de ésta echarán en falta la profundidad, el rigor, la intensidad  y tantas otras virtudes; pero como motivación  a quienes la desconocen  para lanzarse a su lectura me parece un aliciente más que recomendable.

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