Se presenta en lontananza la Alquería con sus imágenes de la adolescencia, casi detenidas en el tiempo. Allá, donde la ribera de Huelva ofrece su azul más desvaído, junto al puente de La Nicoba, con los márgenes salineros de los últimos esteros del río Tinto.
La Alquería de Huelva conforma un alineamiento de casas rurales que extiende su cuidada blancura confundida con el verdor de la floresta más allá del cementerio de la Soledad, y compartiendo ese pulso que la hace un poco de la cercana localidad de San Juan del Puerto, aunque eso sí, creciendo y pegada a las faldas de la capital. La Alquería, donde Reyes, el caracolero mayor de Huelva, que se nos fue para siempre muerto de frío debajo de uno de los nuevos puentes, alargaba sus andares en busca de los gasterópodos para luego venderlos por las muchas tabernas que existían en la ciudad, y si la venta se le negaba, los canjeaba por medias botellas de vino.
La Alquería, con sus carencias y virtudes. De ventorrillos y buen vino del Condado, como el consabido mosto por sus fechas, de exigencias sociales que aún no se han cumplido, a pesar de tanto y tanto tiempo pasado, y donde se venera y se saca durante sus fechas a San Isidro el Labrador.
La Alquería se convierte en la actualidad, desde su naturalidad, en un paso casi sin mirar de cruce de carreteras, sin el deleite obligado y detenido de naranjales y frutales. Agua artesanal en sus pozos, olivos desperdigados por doquier donde se enraízan las esparragueras. Tierra fértil de cultivo, de alondras con sus vuelos raseantes en los meses otoñales, y también de cotolobias, de pipititas emigratorias y de picapuercos, atractivos de otros tiempos de cazadores de pájaros con sus redes de mallas, y también con sus trampas, en la actualidad tan penalizadas.
La Alquería, grupo de familia de onubenses que sienten de cerca el latido del la capital, que cada vez desean hallarse más cerca de su perímetro, con lo que conlleva la cercanía de autobuses urbanos, y no solo de empresa particular, porque, se entienda o no, hoy por hoy, este conglomerado de casas a modo de aldea, es parte de nuestra Huelva tan parada en el marco de los tiempos.
Se nos presenta la estampa de cuando el Simpecado de la Hermandad del Rocío pasaba por La Nicoba, las familias de la Alquería, se alineaban en la carretera antigua que aún conduce a San Juan, para ver pasar a los rocieros. Hoy la Alquería pide estar más cerca de la capital en todo.
El ojo de la aguja
La Alquería
Se presenta en lontananza la Alquería con sus imágenes de la adolescencia, casi detenidas en el tiempo. Allá, donde la ribera de Huelva ofrece su azul más desvaído, junto al puente de La Nicoba, con los márgenes salineros de los últimos esteros del río Tinto
- Juan Bautista Mojarro
- El ojo de la aguja
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