Hay alcaldesas que no se enteran. Con el cadáver aún caliente de Belén, la última víctima de la fusión de intereses entre un empresario ambicioso e inmoral y unos poderes municipales cómplices, la alcaldesa de Madrid se fue de spa a Lisboa. Tenía que relajarse, la criatura, entre los masajes y chorritos que había contratado su Josemari. Rodeada de los suyos, no le pareció necesario permanecer al frente de la evidente crisis a la que se enfrentaba su corporación por indicios evidentes de mala praxis administrativa e insensibilidad política.
Ni le tembló la mano para dejar al frente de esa tarea a su vicealcalde Miguel Ángel Villanueva, por mucho que se haya demostrado que mantiene relaciones de amistad con el estafador Flores, primer beneficiario (pero no único, sospecho) de los más de 700.000 euros de ingresos que, al parecer, arrojó el trágico macromontaje del Madrid Arena. La zorra se relame vigilando las gallinas.
Pero, por encima de todo, no tuvo el menor empacho en demostrar a través de este viaje, públicamente, su verdadera naturaleza. Ana Botella ha demostrado ser una mujer vacía, sin entrañas, ausente de toda empatía real con el dolor de sus vecinos. Al mantener su escapada romántica y familiar como si no pasara nada, a pesar de las consecuencias de la tragedia ocurrida en su ciudad y bajo la responsabilidad de su propia administración, con el dolor de la juventud madrileña a flor de piel, en medio de la conmoción que agitaba los mentideros de su Villa a raíz del dramático aplastamiento de cinco chavalas causa del fallecimiento de cuatro de ellas, demuestra esta mujer la torpe y absoluta carencia de sentimientos de un cangrejo.
¿De qué material está hecha la alcaldesa? ¿Cuál es su sentido de la responsabilidad política? ¿Cuáles las dimensiones de su insensibilidad? Que dimita. Que se vaya. Sobra.