Resulta que por las cosas de la vida, otra chiquilla, bastante más mayor que Marilú, ha desaparecido. Resulta que este país vuelve a revivir las angustiosas horas y los interminables días que la desaparición de aquella cría nos hizo vivir. Y vuelven los debates. Acerca de la ley, los jueces, la justicia, los psicópatas, la policía, la seguridad… y de cualquier rincón nos sale un erudito que apostilla que si la reinserción… que si un país moderno… que si a estas alturas del siglo XX…
Pues bien. Para mí que el padre de Marilú se quedó corto cuando pidió que el asesino de su hija cumpliera la condena íntegra. Para mí la única justicia que puede existir con un ser tan despreciable es la pena de muerte. Quizás algunos de ustedes piensen que soy un fascista anclado en el siglo pasado y bla, bla, bla… Pero me explico.
Yo como algunos de ustedes, soy padre. Y para los que no lo son, eso duele mucho. Al igual que el padre de la difunta criatura aseguró que hasta que alguien no ha vivido esas horas de angustia no sabe lo que se siente, aquél que no es padre, no se imagina cuánto duele un hijo. Llegados a estas alturas, tenemos que depurar tertulianos. Aquellos que no son padres no tienen ni de lejos el bagaje que se precisa para entender esta situación. Después están los otros, los progres, los que aseguran estar por encima del resto, los que aun siendo progenitores, no empatizan con la situación, o bien son unos hipócritas que prefieren anteponer sus principios a sus sentimientos. Total, ¿qué probabilidad existe de que ellos se vean en esta tesitura? Pues eso.
Ahora, revivamos la situación: Usted tiene una hija, la niña más bonita del mundo. Usted la cría, la educa, la quiere… es su segunda mujer. ¡Qué digo la segunda! ¡La primera! Han planificado una vida de ensueño para ella. Mientras que ella está fuera, usted no vive –a fin de cuentas, es su ojito derecho–. Pero un día, por las cosas de la vida, una majareta, un salido, un psicópata… un hijo de puta, se la lleva, abusa de ella o no, y aparece reventada en un descampado. Usted que acaba de revivir esto, que siente ese dolor como suyo, me va a decir que cree en la reinserción, en los derechos humanos y en la madre que parió al majareta de turno. Usted quiere que ese ser sufra y no precisamente en una cárcel acomodada, con todo tipo de lujos, donde los derechos de los presos, atormentan como puñaladas traperas en el estómago de sus víctimas. Si usted todavía me dice que no, es usted más falso que el conde Dooku.
Por todo esto, la Justicia debería pensar en las víctimas, en los padres, en la cría, y prescindir de derechos altruistas, que dé cara a la galería sólo sirve para tocarles los cojones a las víctimas. El día que sodomicen a la hija de algún político, un juez, o algún otro pamplina de altos vuelos, verán ustedes cómo cambia la tortilla. Y el hijo puta de turno, aparece en una cuneta con dos tiros en la sien. Y no pasa nada. Eso sí es justicia. El que a hierro mata… y si Dios no está de acuerdo, ya nos veremos en el infierno. Pero mientras tanto yo estaré en la gloria sabiendo que el asesino de mi hija está donde tiene que estar, bajo tierra.
A todo esto, espero, que mi supuesto no sea el de esta criatura, y que aparezca pronto en buen estado. Desde aquí mi solidaridad con la familia.