Ha llegado la Cuaresma. Los cultos internos de las hermandades se celebran con el fervor de los fieles: en ellos, apreciamos el auténtico acercamiento que tienen los cofrades hacia Dios. Tras las diversas funciones, cuando estos son cuidados en todos sus detalles, es imposible que el espíritu no se sienta repleto. Por suerte, cada vez son más los equipos de gobierno que valoran este asunto; bien saben ellos que el motor del cofrade se alimenta, verdaderamente, dentro de la iglesia, y que debemos celebrar lo interior sin escatimar en solemnidad y recogimiento.
Junto a ellos, también se celebran vía-crucis, traslados, pregones, boletines, carteles y algún concierto de música procesional. Jaén se prodiga considerablemente menos que otras provincias, sobre todo, en lo externo. Hay quien lo ve como limitación o complejo. A mí, particularmente, me agrada la mesura en época de excesos. Aunque estos actos pudieron tener un fondo de necesidad recién acabada la pandemia, considero innecesaria mantener la costumbre. ¿Imagina usted, querido lector, que los Reyes Magos desfilaran en cabalgatas extraordinarias en mayo o que los villancicos sonaran en octubre debido a una convocatoria extemporánea de Sus Majestades? Debe saber el cofrade que en su parroquia tiene al que tanto desea, en la sencillez y quietud de su capilla o retablo y, además, todo el año.
Por su parte, en las familias centinelas de la tradición, la ceniza fue impuesta, hace unas fechas, como alegato a lo ingrávido y fugitivo: memento mori… En estas casas, el recetario habitual sintió la variación propia del tiempo litúrgico: ha llegado el bacalao encebollado y las espinacas con garbanzos, que hacen un perfecto maridaje con la coda de las torrijas. Con estos manjares sobre la mesa, casi que ni nos acordamos de la carne.
Llegados a este punto, reflexionamos sobre el ayuno y la abstinencia. ¿Y si el verdadero sacrificio lo hiciéramos de lo que realmente nos costase? ¿Seríamos capaces de aguantar la privación de teléfono móvil, por poner un caso? Al llegar a casa, el dispositivo, apartado. Pero no sólo los viernes, sino de principio a fin de la Cuaresma. Dejar de ingerir las redes sociales, por unas semanas, supondría para muchos un verdadero ejercicio de contención. Quizás a muchos les cueste más esto que sustituir un flamenquín por un risotto.
Terminamos con los pregones, un género bastante machacado en los últimos tiempos, y no sólo aquí. Me dice un amigo que las hermandades deberían convocar sus exaltaciones cada equis años. Quizás este tiempo de barbecho vendría bien para alimentar, al menos, el deseo. Pocos textos están a la altura de las devociones predicadas. Eso sí, cuando uno merece la pena, es compañero de por vida. Sigamos, pues, con la esperanza en ellos.