Podríamos definir la
meritocracia como la idea de que la situación personal, profesional y económica de cada uno depende de su esfuerzo y sacrificio; en resumidas cuentas, como una relación proporcional entre los méritos de cada sujeto y los logros obtenidos por este. No obstante, es un razonamiento que hace aguas: no veo a ningún trabajador de esos que se levantan a las seis de la mañana nadando en la abundancia, más bien lo contrario. Del mismo modo, viendo quiénes defiende esta teoría de que tu éxito dependerá únicamente de tu esfuerzo así como sus trayectorias, me atrevo a concluir que la meritocracia no es más que un mito. Así como los mitos religiosos sirven para domar a la población con el premio de un paraíso feliz o el temor de un inhóspito y tormentoso infierno, el mito de la meritocracia sirve para culparte a ti y no a los culpables de cada mes tengas que dar una voltereta más para llegar igualmente apurado a fin de mes.
Nos ponen como ejemplos a dueños de grandes grupos empresariales conocidos por su eficacia a la hora de lograr el pleno empleo infantil en países del tercer mundo y su afición por la elusión fiscal retorciendo la legislación para hurtarse de pagar lo que corresponde sin llegar a vulnerar la ley. O a líderes de partidos políticos que no saben lo que es cotizar un sólo día fuera de la política, mientras se ha demonizado a otros (y, sobre todo, a una) por haber trabajado en profesiones humildes antes de dar el salto a la política. Incluso, curiosa paradoja, los mismos que defienden la meritocracia son partidarios de una institución y un modelo de Estado en que el único requisito es haber sido el espermatozoide más rápido y, preferentemente, varón. También podemos ver cómo los votos de muchos que compran ese discurso de esfuerzo y sacrificio se van hacia la ex
community manager de un perro que da discursos a golpe de pinganillo. En definitiva, la meritocracia es una inmensa palabra vacía que desprecia tus sudores para decirte que no son suficientes; has estudiado, has trabajado y has hecho acrobacias financieras para comer un poco más, pero te siguen vendiendo que no te esfuerzas lo suficiente o que no sabes optimizar tus esfuerzos. Vamos, que te están diciendo que eres idiota y vago, todo en uno.
Precisamente, la del pinganillo y el Twitter del perrete repite sin parar que mucha gente prefiere la
paguita antes que el trabajo. Y es posible que haya personas así, que de todo tiene que haber. Pero, siendo serios y dejando discursos facilones aparte, quizá deberíamos ver en qué condiciones se ofrecen esos trabajos y qué conllevan de forma indirecta. Quiero decir, si Ayuso se niega a aplicar la Ley de Vivienda que regula los alquileres y se opone a la subida de los salarios, es más que probable que compense más cobrar un subsidio y vivir con los padres que tener un trabajo mal pagado para tener que vivir igualmente con los progenitores.
Como digo, la meritocracia es un mito para culparte de que cada mes sea una cuesta arriba y decirte que trabajes más, que no pidas tus derechos laborales y que enriquezcas más a esos grandes empresarios que, con menos esfuerzo, viven mejor que tú. Así, quizás olvides que los dueños de las cadenas de alimentación suben los precios de forma obscena ante cualquier contexto que sirva de excusa; que las petroleras juegan con los precios para que pagar el gasoil a 1,60 euros no te parezca una burrada porque ya en algún momento lo pagaste a casi dos euros; que hay demasiada vivienda en manos de fondos buitre y especuladores varios; y todo esto culpándote a ti, que
no te esfuerzas lo suficiente. Y, de camino, soltando alguna
patriotada para que también eches la culpa a los catalanes y los inmigrantes, no sea que te des cuenta de que te la están metiendo doblada.